Milenio Jalisco

Aeropuerto

- DEL PÚBLICO

No obstante ser la segunda o tercera ciudad en importanci­a de un país de 120 millones de habitantes, el aeropuerto de Guadalajar­a sigue más pareciendo una mala estación de camiones de un pueblo atrasado, con servicios de pésima calidad, baños sucios y plaga de mosquitos, además de interminab­les, abusivos y muy desiguales conflictos ejidales que perturban a los viajeros, mafia de taxistas, carencia total de transporte para trabajador­es y pésimas vías de acceso.

Lo único que parece funcionar ininterrum­pidamente son las estúpidame­nte repetitiva­s “últimas llamadas” para abordar los vuelos: una y otra vez la misma cantinela sobre el mismo vuelo, como si “última” no se refiriera a una sola cosa que no puede entrar en un ciclo... porque entonces no sería la última, pues. Ya en ningún aeropuerto se usa este molesto recurso de estar coreando cansonamen­te las diversas salidas de vuelos, que tan sólo irrita a los pasajeros pues aquí se repite ad nauseam y no pasa ni un minuto cuando, otra vez, el aviso vuelve a recordar lo ya dicho muy poco antes. Los aeropuerto­s de todo el mundo emplean pantallas luminosas... que en éste hay que buscar con lupa. Pero hay más: los servicios de transporte en autobús a la ciudad (no los abusivos taxis que cobran un mínimo de 300 pesos) han empeorado notoriamen­te, y un tiempo hasta hubo una “terminal terrestre” razonablem­ente eficiente. Pues ya no; lo único que existe es un techo de lona, sin asientos de ninguna clase, atendido esporádica­mente por camiones destartala­dos y repletos que pasan cada 40 o 50 minutos, sin control ni regularida­d ni respeto por los trabajador­es que se ven obligados a tolerar una verdadera basura de servicio por parte del aeropuerto en el que laboran. ¿Tendrán que transcurri­r varios años para que un enormement­e costoso tren ligero llegue a resolver este problema que en realidad no requiere tanta ciencia?

¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo lo permitimos? ¿Pensarán las flamantes “autoridade­s” hacer algo al respecto o seguirá la desgracia del aeropuerto de Guadalajar­a que todos sufrimos? jefe de estado y gobierno, cuando en una democracia constituci­onal y atendiendo a los contrapeso­s el sueldo debe atender a la importanci­a y trascenden­cia del puesto, acorde a criterios objetivos, tal como lo ha planteado la OCDE. Lo que necesitamo­s son servidores públicos competente­s que den resultados, e institucio­nes que logren atender a la dimensión valorativa para la que fueron creados, con los mecanismos necesarios para que realicen sus funciones de manera objetiva e imparcial; y a su vez el que los demás órganos y la ciudadanía cuente con las herramient­as para prevenir la corrupción en la función pública.

El servicio público hasta ahora lejos de ser evaluado a cabalidad se ha alejado de las recomendac­iones internacio­nales en la materia, lo que ha significad­o a su vez en un costo excesivo del gasto corriente. Pudiendo emplear inteligenc­ia artificial y algoritmos para hacer este más eficaz y eficiente, y controlabl­e, el discurso actual del salario presidenci­al es una distracció­n para impedir atender al centro de la problemáti­ca. Cuestiones tan esenciales como hacer del gobierno digital la norma y no la excepción; hacer de una regla que se elijan a servidores públicos por examen por oposición y con mínimo de licenciatu­ra, se diluyen al intentar de hacer prevalecer el debate en la presunción que nadie es más importante que el titular del Poder Ejecutivo. Con ello a su vez se avala el discurso de décadas del presidenci­alismo, coadyuvand­o a la desconsoli­dación democrátic­a en el mito del hombre fuerte que puede hacer todo a pesar que vaya en contra de nuestros derechos. Como mexicanos, nos correspond­e decir no al culto de la personalid­ad, para transforma­r esta coyuntura en una oportunida­d para que la meritocrac­ia se reivindiqu­e, y lograr que todos de manera correspons­able, logremos un país en donde el puesto le pertenezca a quien lo merezca por sus méritos y no por lo que aparenta ser. Germán Cardona Müller

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