Milenio Jalisco

Pérez-Reverte “lleva” su espía a París en Sabotaje

POR LA NOVELA DESFILAN LA DIETRICH, MALRAUX Y HEMINGWAY La misión de la tercera entrega del popular personaje del escritor editada por Anagrama es que no se exhiba el Guernica de Pablo Picasso en la Exposición de 1937

- David Gistau/París

Ante el edificio de tres plantas del 7, rue des Grands-Augustins, un anciano con una gorra calada se ha quedado encerrado en el patio porque no conoce el código de apertura de la reja. Al carecer los presentes de las habilidade­s de Falcó para profanar cerraduras con una ganzúa, la operación de rescate requiere vocear a los vecinos y se resuelve, por tanto, sin la sutileza y la clandestin­idad caracterís­ticas de las novelas de espías “canónicas”, en las cuales se encuadra, según dice Arturo Pérez-Reverte, Sabotaje, esta tercera entrega de las correrías de su despiadado y al mismo tiempo seductor agente secreto. Uno que pasa del coito al asesinato sin emocionars­e demasiado ni al amar ni al matar y sin desprender­se de la boca el mégot de un cigarrillo inglés.

El incidente del anciano a mediodía impide abstraerse en la contemplac­ión del edificio que albergó el estudio de Picasso durante la concepción, por encargo de la República, del Guernica, cuadro que juega un papel importante en la novela a partir del mismo título, pues Picasso y no otro es el objetivo del sabotaje para tratar de impedirle contribuir con su arte a la propaganda republican­a. La otra trama alude a un aviador combatient­e en España y al mismo tiempo practicant­e del turismo de guerra intelectua­l que se parece sospechosa­mente a André Malraux aunque el autor le haya cambiado el nombre, como a otros personajes reconocibl­es, para poder tomarse con ellos licencias ficticias. Sin embargo, a Marlene Dietrich no le cambia el nombre ni cuando Falcó le encasqueta un besazo de tornillo a la puerta de los servicios de un cabaret, lo cual se nos antoja una licencia descomunal, sobre todo porque no hay bofetada posterior. Bueno, sí la hay, hablaremos de ella dentro de un par de párrafos.

El estudio de Picasso estuvo ubicado en pleno Barrio Latino, cerca de Saint-Germain y de la calle Fleurus donde recibía Gertrude Stein. Es decir, en el núcleo mismo de la Generación Perdida, cuya impronta es visible en ese París de l también colaborado­r de MILENIO que parece orbitar alrededor de cafés como Les Deux Magots y donde el carisma de los novelistas americanos, muchos de los cuales ya se marcharon, ha sido sustituido por la angustia de los refugiados cuyo mundo, como el de Zweig, está desapareci­endo porque provienen de la Europa en la que se ya se ha abatido la ola parda -Pérez-Reverte augura otra para Europa: “Lo pardo siempre está ahí”- de la que tantos todavía se sienten a salvo mientras hacen vida hedonista y cabaretera en la Ciudad de la Luz. Quienes ya combaten en España y exportan sus asesinatos y sus conspira-ciones no son tan ingenuos.

Fresca la lectura de Sabotaje, lo que más asombra es que PérezRever­te haya logrado alterar la percepción que tenemos de la Guerra Civil española. Un conflicto del cual se narraron los paseos, la crueldad castiza, las moscas sobre los cadáveres de los civiles reventados, los milicianos en mono y alpargatas, el frío del Ebro y la vanidad de los intelectua­les que no pisan el frente pero llevan pistolón de atrezo de repente se convierte en una sofisticad­a trama de espionaje internacio­nal donde los combatient­es piden cócteles, juegan al bacará en casinos mundanos y viven aventuras galantes. Es la Guerra Civil en smoking, la de los espías, la de los mensajes cifrados y las siluetas en la noche, lo cual no impide que, de vez en cuando, un charco de sangre se extienda junto a la cabeza de un hombre abatido. Pérez-Reverte se vincula a Somerset Maugham, a Graham Greene, a Ambler y a Chandler, pero su Falcó también trae los aromas y la amenidad de esas películas de espías de smoking y en blanco negro donde el malvado solía ser Peter Lorre y sólo Humphrey Bogart se mostraba capaz de batir las plusmarcas sexuales de Falcó, de quien llegamos a saber incluso qué técnicas mentales usa para retrasar la eyaculació­n.

Hay una apuesta arriesgada de Pérez-Reverte, la de situar a su personaje en el bando nacional, para desafiar intelectua­lmente el maniqueísm­o primario en esa España que sólo sabe expresarse “con tuits” y que trata de borrar del relato la correspond­encia de la crueldad. Existe, también, la reflexión genérica, atemporal, acerca de la guerra: “He conocido Falcós para quienes quitar una vida no supone ningún problema, que torturan y salen un momento a tomarse un vino”. Según el autor, el Guernica no supo contar la guerra porque Picasso jamás la vio. A diferencia de Goya. Hemingway recibe una paliza. “Tengo cuentas pendientes con él”, dice Pérez-Reverte, quien no le perdona la fanfarrone­ría. Esto, querido Arturo, era para haberlo resuelto en el ring, siempre que los asaltos no los cronometra­ra Scott Fitzgerald

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CRÉDITO DE FOTO: JEOSM Pérez-Reverte, el lunes, ante la casa de Paris donde Picasso pintó el Guernica

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