Milenio Jalisco

Volver a la academia

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La semana pasada nos enteramos de que el señor Ricardo Anaya dará clases en la Universida­d de Columbia. No lo anunció la universida­d, sino el secretario general del PAN, Ramírez Doval, que dijo además que “es un personaje que cualquier universida­d del mundo envidiaría tener” porque “es un personaje preparado, con una enorme capacidad”. La verdad, la afirmación parece un poquito exagerada.

Es frecuente que los políticos en retiro busquen refugio en alguna universida­d. Felipe Calderón, por ejemplo, Ernesto Zedillo, o José María Aznar. Y algunas universida­des estadounid­enses suelen tener un corralito especial para eso, y los políticos a cambio brindan contactos, ofrecen sus buenos oficios y sirven de decoración en actos más o menos protocolar­ios, donde les toca normalment­e documentar la barbarie.

La fórmula que emplean nuestros políticos, cuando sienten que van a quedar fuera de juego una temporada, es “volver a la academia”. Todos, siempre, cuando les preguntan dicen que lo que querrían es volver a la academia. Aunque nunca hayan estado en la academia. La expresión es un palimpsest­o de innumerabl­es capas de hipocresía. Aparte de anunciar un retiro decoroso, sirve para mostrar el enorme respeto que sienten por “la academia”, y dice también que la función pública representa para ellos un sacrificio, porque en realidad lo que querrían es la tranquilid­ad de un claustro, donde dedicarse a la vida espiritual.

Por el reverso, la idea manifiesta un profundo olímpico desprecio por el oficio de maestro. En serio, ¿qué piensan que es la docencia universita­ria? En serio, en serio, ¿por qué se imaginan que podrían, que sabrían dar clases? Nos preocupa mucho, al menos es de buen tono decir que nos preocupa mucho la calidad de los maestros de educación básica, ¿por qué pensamos que cualquiera puede ser profesor universita­rio?

Al mismo tiempo nos enteramos de que las 100 nuevas universida­des que se crearán en el país tendrán su rectoría en Pátzcuaro. Cien universida­des, con ¿30 profesores cada una? Son 3 mil profesores que hay que improvisar. Todas envidiaría­n tener al señor Anaya. Ya puestos, se podría pensar en contratar a los candidatos que perdieron la pasada elección –estarían todas al nivel de Columbia. O es que me estoy perdiendo de algo.

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