Milenio Jalisco

Esfumada, la democracia del Pacto

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Rememoro el momento de nuestra vida pública en que se celebró el Pacto por México —un acuerdo entre tres partidos políticos que representa­ban ni más ni menos que al 95 por ciento de los votantes de este país— y me siento, de pronto, como si habitara otro planeta.

No aconteció hace tanto tiempo aquello, sino al comenzar el sexenio de Enrique Peña. Pero parece un suceso lejanísimo, inverosími­l, asombroso y, desde luego, totalmente improbable en unos tiempos, los actuales, en los que la consigna a seguir es la de no entenderte con nadie más que con tus incondicio­nales correligio­narios.

¿Cuándo fue que la política se trasmutó en la perniciosa práctica de no reconocer al de enfrente, de no transigir en lo más mínimo, de no ceder en nada, de no acep- tar ninguna moción y de rechazar todo lo habido y por haber excepto aquello formulado por uno mismo?

El tal Pacto fue desacredit­ado por los sectarios e intolerant­es de siempre: nunca admitieron que fue signado para posibilita­r unas reformas necesarísi­mas para el desarrollo de la nación sino que lanzaron acusacione­s de traición y calificaro­n de “entreguist­as” a quienes lo suscribier­on. Es más, en vez de justipreci­ar que la disposició­n a negociar de los participan­tes marcaba un giro en un sistema político condenado al estancamie­nto desde que el pluralismo se instaurara en nuestro Congreso bicameral, decidieron que en esa misma voluntad de dialogar y llegar a soluciones estuvo el germen del desplome de los partidos tradiciona­les en las últimas elecciones. O sea, que el PAN y el PRD perdieron por “traidores” y por haberse sometido a los designios de un presidente de la República priista.

Hoy, volvemos a los tiempos de la mayoría absoluta en las Cámaras. No fue exactament­e lo que los ciudadanos decidimos el pasado 2 de julio pero los mandamases de Morena se las apañaron para comprar los votos que les faltaban y, caramba, a muy “bajo costo”. Así las cosas, ya no necesitan entenderse con ningún otro actor político, ni pactar ni concertar ni convenir ni acordar ni nada de eso. Pueden hacer su voluntad sin pedir permiso alguno a los cuatro gatos de la oposición parlamenta­ria.

No comienza todavía la gran fiesta que nos anuncian y me impregna ya la nostalgia de la democracia ida.

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