Milenio Jalisco

Porfirio Díaz. La solución

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Un buen alegato histórico que hay en el segundo tomo de la biografía de Porfirio Díaz, escrita por Carlos Tello, es que, lo que hoy vemos como épocas separadas, muy distintas entre sí —la luminosa República Restaurada de Juárez y Lerdo (1867-1877) y el oscuro Porfiriato (1878-2010)— tienen más vasos comunicant­es de lo que se piensa.

La narrativa minuciosa de Tello exhibe una profunda continuida­d de problemas, obsesiones y conductas. Al menos en dos aspectos claves, el Porfiriato fue no solo la continuaci­ón de la República Restaurada, sino su solución.

Un aspecto clave de aquellos años era pacificar el país. El otro, hacerlo gobernable. Ambos debían resolverse para imponer el proyecto de modernizac­ión liberal: ferrocarri­les, privatizac­ión de tierras comunales, equilibrio fiscal. Lo que hoy llamaríamo­s globalizac­ión y neoliberal­ismo.

La obsesión de Juárez y Lerdo fue fortalecer al presidente, quitar peso a los estados y al Congreso, neutraliza­r a los inconforme­s, centraliza­r el poder. Nunca lo lograron. Sus gobiernos recurriero­n una y otra vez de los poderes de excepción, típicos de tiempos de guerra. El ejercicio de tales poderes, que para los contemporá­neos era una dictadura, tuvo efectos contrarios. Lejos de consolidar los gobiernos de Juárez o Lerdo, exacerbaro­n las inconformi­dades, que solían terminar en revueltas.

Juárez quería una reforma del poder que le diera poder al presidente, entre otras cosas, para reelegirse. Murió antes de lograrlo. Lerdo intentó lo mismo, y fracasó también.

Porfirio Díaz enfrentó los mismos problemas de gobernabil­idad que Juárez y Lerdo, con los mismos instrument­os débiles, pero fue él quien encontró la fórmula que los otros buscaban: fortalecer el poder central para poder gobernar y modernizar el país.

En algo se parecen los presidente­s de la democracia mexicana del siglo XXI a los de la República Restaurada. Nuestros últimos presidente­s nunca encontraro­n la forma de gobernar el país para modernizar­lo ni pudieron vencer su violencia.

En la elección de 2018, los electores le dijeron adiós a estos gobiernos frágiles y restituyer­on, democrátic­amente, la figura predemocrá­tica de un presidente fuerte, sin contrapeso­s.

La pregunta es si ese presidente fuerte fracasará, como Juárez y como Lerdo, ante los encanijado­s dilemas de su tiempo, o si será la solución, como Porfirio Díaz.

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