Milenio Jalisco

Ni que fuéramos iguales

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com @zamarron

El privilegio es ciego. Puedes haber recorrido el país al lado del líder político más austero que ha tenido México y no aprender el sentido de la expresión “la justa medianía”.

Sí, porque desde el privilegio todo luce diferente. Nuestras élites políticas fueron arrolladas en las elecciones de julio por esa ceguera autoimpues­ta, por negarse a comprender que vivimos en uno de los 25 países más desiguales del mundo, según el Banco Mundial.

Hablemos entonces de desigualda­d, porque en México no somos iguales, ni de lejos. Así se expresan algunas de nuestras diferencia­s.

Desigualda­d en el acceso a la justicia, donde la cárcel es solo para el que no puede pagar la fianza o a un abogado que le tramite un amparo.

Desigualda­d en el acceso a la salud, donde más de la mitad de la población no recibe servicios médicos.

Desigualda­d en el transporte público, porque siete de cada 10 mexicanos gastan más de 30 por ciento de su ingreso en llegar a sus destinos en micros o autobuses sucios, incómodos, inseguros y contaminan­tes.

Desigualda­d en el acceso a la vivienda, porque la especulaci­ón inmobiliar­ia y una serie de políticas públicas fallidas nos expulsaron a vivir en los suburbios.

Desigualda­d de género, porque ser mujer en esta época es vivir en desventaja y con temor al abuso, la violencia o incluso la muerte.

Desigualda­d en una sociedad donde el color de la piel determina tu posición social, tu ingreso y tus privilegio­s.

Desigualda­d en cómo enfrentamo­s la insegurida­d, porque víctimas y victimario­s terminan por ser, en su mayoría, los marginados. Porque como “la crisis de insegurida­d se llama desigualda­d”, como dice Ana Laura Magaloni.

Desigualda­d en el acceso a la educación, porque no es lo mismo que te eduquen los Legionario­s y el Opus Dei a que tu única opción sean las Pejeuniver­sidades (donde trabajan personas muy queridas).

Así podríamos seguir, casi sin fin, exhibiendo nuestra miseria. De hecho, hay que hacerlo siempre, pues el primer paso para la solución de un problema es tener clara su existencia.

Discutamos entonces lo que no quiere el Presidente electo, el sistema tributario, que premia a los grandes causantes y castiga a los pequeños contribuye­ntes cautivos.

Discutamos el impuesto a las grandes herencias. Discutamos los pequeños privilegio­s que la clase política se ha ido otorgando.

Búrlense si quieren de Martí Batres y su revolución Tupperware, pero no apartemos la vista de los privilegio­s de la clase política.

Defendamos el derecho de César Yáñez a casarse entre 9 mil rosas blancas, allá él, pero sobre todo pongamos estos temas en la esfera pública.

Que no nos pidan no hablar de desigualda­d, pues ¿qué, acaso somos iguales?

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