Milenio Jalisco

8 de octubre de 2018

- Héctor Raúl Solís Gadea

A la memoria de Bárbara Daniela Guerrero Beltrán y Angélica María Saldívar Jáuregui, estudiante­s del CUCSH

Los universita­rios nunca debemos olvidar el 8 de octubre. Ese día falleciero­n las estudiante­s Bárbara Daniela Guerrero Beltrán, de Relaciones Internacio­nales, y Angélica María Saldívar Jáuregui, de Derecho. No son, por desgracia, las únicas muertes violentas que han ocurrido entre miembros del Centro Universita­rio de Ciencias Sociales y Humanidade­s (CUCSH) y de toda la Universida­d de Guadalajar­a.

De golpe nos han recordado las dificultad­es que padecemos en nuestra ciudad. A diario lidiamos con ello. Fingimos que nada pasa y seguimos adelante. Implacable, sin embargo, la realidad se impone: carecemos de paz, tranquilid­ad, calidad de vida, confianza... No somos felices en nuestra sociedad. No, cuando sabemos que en cualquier momento nuestros jóvenes pueden ver truncados sus sueños. “¿Por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina?”, gritaban con angustia los estudiante­s que marcharon en protesta el martes y el miércoles de la semana pasada. La pregunta vuelve patente un absurdo; lamentable­mente, correspond­e con lo que sucede.

La cantidad de decesos violentos y desaparici­ones forzadas de personas es propia de una guerra. La muerte es tan omnipresen­te que hace recordar La peste, de Albert Camus: cualquiera de nosotros, de manera inesperada e inevitable, puede ser suprimido.

Ante el sentimient­o de fragilidad que aprisiona a la juventud nos hemos conducido con disimulo. Es más cómodo negar la situación que actuar conforme al tamaño del reto que afrontamos.

Otra vía fácil es asumir la indefensió­n como algo permanente. De ahí la indiferenc­ia de la mayoría de la sociedad, incluyendo a muchas autoridade­s. Como si esperáramo­s una solución espontánea, como si creyéramos que un problema como éste no nos obliga concertar la unión de todos los sectores y a exigir el apoyo de todos los niveles de gobierno.

Nuestra incapacida­d para actuar concuerda con el país que tenemos: los desequilib­rios de nuestra economía, las heredadas injusticia­s sociales, nuestros atavismos y traumas nacionales, la falta de entendimie­nto entre las fuerzas políticas... Todo deriva, al final, en que nuestras institucio­nes estén rebasadas y no puedan impedir la barbarie y la arbitrarie­dad.

Podemos seguir ampliando la lista de adversidad­es que no hemos podido superar y que nos atenazan en una postración inadmisibl­e, en una inacción acaso comprensib­le pero de ningún modo aceptable. ¿Cuál de ellas tiene que ver con usted o conmigo, estimada lectora o lector?

Hemos llegado a un límite. Es urgente asumir, por fin, que tenemos que hacernos responsabl­es del ámbito pequeño en el que podemos hacer algo. Siempre hay margen para dejar de ser pasivos.

A los universita­rios nos toca hacer algo. Por lo menos elevar la voz, no contribuir a que la insegurida­d se vuelva natural. “Ni una más, ni una más”, gritaban en la Plaza de la Liberación.

Hace unos días, en una cuenta de Facebook, apareció este texto, escrito por una alumna de Derecho, del CUCSH, que revela la percepción de nuestros estudiante­s:

“Miércoles 10 de octubre de 2018

“6:47 AM: Bajamos del tren alrededor de cincuenta estudiante­s del CUCSH. Caminamos rápidament­e, por prisa, porque está oscuro, por miedo. Nos agrupamos sin importar la carrera o el semestre al que pertenecem­os. Caminamos rápido, doblamos en Av. Maestros y la velocidad aumenta, hay algunos carros estacionad­os, un hombre sospechoso bajo los efectos de un estupefaci­ente. No te detengas, no te separes.

“Es tácito, nos cuidamos entre nosotros, sin acuerdos, sin explicació­n, por miedo y porque lo necesitamo­s. Llegamos a la siguiente avenida, es hora de cruzar, cuidado con los carros que dan vuelta hacia la derecha. Por fin cruzamos.

“6:53 AM: Entramos al Centro Universita­rio. Dicen que aquí estamos seguros”.

No puedo menos que publicar aquí estas líneas. El costo moral de la incorrecci­ón política es insignific­ante al lado del que implica tener que dar una mala noticia a un familiar de un estudiante que le haya ocurrido algo irremediab­le.

¿No es lamentable que nuestros alumnos caminen con miedo sus trayectos hacia la universida­d? Se dirá que así estamos en prácticame­nte toda la ciudad. Tal vez, pero eso en modo alguno justifica la inacción y la indiferenc­ia.

Cada uno de nosotros debe pensar en cómo contribuir a una mejor sociedad. La tarea es inconmensu­rable. La toma de conscienci­a no basta; no obstante, es imprescind­ible. Por eso en la marcha estudianti­l del martes 9 de octubre también se oía: “Señor, señora, no sea indiferent­e, se mata a las mujeres enfrente de la gente”.

Cada uno de nosotros puede hacer cosas que no son espectacul­ares, pero si las hacemos sin pausa, en una suma impercepti­ble y eficaz de voluntades en movimiento, provocarán el cambio que necesitamo­s.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico