“Todo el arte debe ser provocador”: Greenaway
El cineasta habla de sus obsesiones temáticas y de la opinión que le merecen Netflix y las series de televisión
El camino creativo de Peter Greenaway comenzó en la pintura y, aunque su nombre suena a cine, a lo largo de más de cinco décadas le ha dedicado tiempo al teatro, a la ópera y a la creación multimedia; en todos esos rostros, lo ha acompañado la provocación. “Todo arte debe ser provocador, porque sirve para no perpetuar el statu quo y hacernos pensar fuera de rango, en lo que estamos acostumbrados. Estamos entrando en una edad de barbarie cultural y nuestra labor debe ser combatirla”, dice en entrevista con MILENIO el artista de origen galés, tras impartir la conferencia “Eros y Thanatos”, en la Feria Internacional del Libro (FIL) Zócalo 2018. Entre las tantas manifestaciones a las que se ha dedicado, al crear, ¿dónde se siente más cómodo? La delimitación de los productos culturales ha colapsado, ya no existen esas fronteras; se trata de obras de múltiples capas y eso es lo que más me interesa: recuperar la idea de una obra íntegra. No tengo una idea de qué me gusta más, construyo una obra con múltiples componentes. El cine siempre ha sido multidisciplinario, porque se integra de diferentes aspectos, como la iluminación, la imagen, el sonido y el vestuario. ¿Qué obsesiones guían su obra? Mi preocupación es por lo visual, por la imagen. En el Génesis se dice que “el verbo creó al mundo” y eso no es cierto: lo que creó al mundo es la imagen. Y lo que a mí me interesa es el poder de las imágenes. La pintura ha estado aquí por 2 mil años y si bien el cine está muriendo, la pintura sigue viva. Si nos fijamos, el diseño visual es algo que nos rodea.
Acto público
Si bien asociamos su nombre con el séptimo arte por cintas como Una zeta y dos ceros (1985), La panza del arquitecto (1987) o El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (1989), las instalaciones de Peter Greenaway han recorrido algunos de los museos más importantes del mundo, además de que el cineasta ha colaborado como compositores de la talla de Philip Glass, Michael Nyman y Wim Mertens. Ha hablado durante muchos años sobre la muerte del cine; ¿el clavo en el ataúd serían las series y plataformas como Netflix?
Más bien es el fin de la manera de consumir cine. Antes se iba a las salas y acudían muchas personas; ahora esto se ha trasladado a lo privado, incluso a lo más íntimo como sería nuestra recámara. Se trata de la pérdida de un acto público, por eso no podemos hablar de cine con las series o con la oferta de esas plataformas, porque cada uno los consume en la intimidad.
Históricamente tenemos necesidad de espectáculos masivos: en la antigua Grecia había anfiteatros que tenían una acústica tan perfecta que, cuando se lanzaba una moneda, uno podía escucharla. El concepto se trasladó a la antigua Roma y después el emperador Constantino trasladó las escenificaciones del anfiteatro a la iglesia, antes de aparecer la ópera. En 1918 empieza el boom del cine, pero esos espectáculos están por acabarse. ¿Le gustan las series?
Lo que a más me interesa es cómo se ha desarticulado la manera de ver al cine; a veces pensamos que sólo se trata de narrar las historias y eso no me gusta, sino cómo se organiza el material. Por ejemplo, en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, el principio organizativo eran los siete colores del arcoíris. Antes de la revolución digital, me interesaba crear una situación interactiva con el público que no la consumiera de manera pasiva, sino que pudiera interrumpir esa realidad. ¿Qué es lo que no le gusta del cine en la actualidad?
No me gusta el encuadre, porque eso no existe en la naturaleza, y tampoco existe una narración. En 100 años no hemos podido crear un cine basado en la imagen, solo tenemos textos ilustrados. Hay que cortar el cordón umbilical existente entre una librería y el cine: no se trata de la muerte del cine en sí, sino de un modo de verlo como una ilustración del texto. Mi propuesta es “antitextocéntrica” y crear imágenes que sean autosuficientes y hablen por sí mismas.
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