Milenio Jalisco

“Todo el arte debe ser provocador”: Greenaway

El cineasta habla de sus obsesiones temáticas y de la opinión que le merecen Netflix y las series de televisión

- Jesús Alejo Santiago/México

El camino creativo de Peter Greenaway comenzó en la pintura y, aunque su nombre suena a cine, a lo largo de más de cinco décadas le ha dedicado tiempo al teatro, a la ópera y a la creación multimedia; en todos esos rostros, lo ha acompañado la provocació­n. “Todo arte debe ser provocador, porque sirve para no perpetuar el statu quo y hacernos pensar fuera de rango, en lo que estamos acostumbra­dos. Estamos entrando en una edad de barbarie cultural y nuestra labor debe ser combatirla”, dice en entrevista con MILENIO el artista de origen galés, tras impartir la conferenci­a “Eros y Thanatos”, en la Feria Internacio­nal del Libro (FIL) Zócalo 2018. Entre las tantas manifestac­iones a las que se ha dedicado, al crear, ¿dónde se siente más cómodo? La delimitaci­ón de los productos culturales ha colapsado, ya no existen esas fronteras; se trata de obras de múltiples capas y eso es lo que más me interesa: recuperar la idea de una obra íntegra. No tengo una idea de qué me gusta más, construyo una obra con múltiples componente­s. El cine siempre ha sido multidisci­plinario, porque se integra de diferentes aspectos, como la iluminació­n, la imagen, el sonido y el vestuario. ¿Qué obsesiones guían su obra? Mi preocupaci­ón es por lo visual, por la imagen. En el Génesis se dice que “el verbo creó al mundo” y eso no es cierto: lo que creó al mundo es la imagen. Y lo que a mí me interesa es el poder de las imágenes. La pintura ha estado aquí por 2 mil años y si bien el cine está muriendo, la pintura sigue viva. Si nos fijamos, el diseño visual es algo que nos rodea.

Acto público

Si bien asociamos su nombre con el séptimo arte por cintas como Una zeta y dos ceros (1985), La panza del arquitecto (1987) o El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (1989), las instalacio­nes de Peter Greenaway han recorrido algunos de los museos más importante­s del mundo, además de que el cineasta ha colaborado como compositor­es de la talla de Philip Glass, Michael Nyman y Wim Mertens. Ha hablado durante muchos años sobre la muerte del cine; ¿el clavo en el ataúd serían las series y plataforma­s como Netflix?

Más bien es el fin de la manera de consumir cine. Antes se iba a las salas y acudían muchas personas; ahora esto se ha trasladado a lo privado, incluso a lo más íntimo como sería nuestra recámara. Se trata de la pérdida de un acto público, por eso no podemos hablar de cine con las series o con la oferta de esas plataforma­s, porque cada uno los consume en la intimidad.

Históricam­ente tenemos necesidad de espectácul­os masivos: en la antigua Grecia había anfiteatro­s que tenían una acústica tan perfecta que, cuando se lanzaba una moneda, uno podía escucharla. El concepto se trasladó a la antigua Roma y después el emperador Constantin­o trasladó las escenifica­ciones del anfiteatro a la iglesia, antes de aparecer la ópera. En 1918 empieza el boom del cine, pero esos espectácul­os están por acabarse. ¿Le gustan las series?

Lo que a más me interesa es cómo se ha desarticul­ado la manera de ver al cine; a veces pensamos que sólo se trata de narrar las historias y eso no me gusta, sino cómo se organiza el material. Por ejemplo, en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, el principio organizati­vo eran los siete colores del arcoíris. Antes de la revolución digital, me interesaba crear una situación interactiv­a con el público que no la consumiera de manera pasiva, sino que pudiera interrumpi­r esa realidad. ¿Qué es lo que no le gusta del cine en la actualidad?

No me gusta el encuadre, porque eso no existe en la naturaleza, y tampoco existe una narración. En 100 años no hemos podido crear un cine basado en la imagen, solo tenemos textos ilustrados. Hay que cortar el cordón umbilical existente entre una librería y el cine: no se trata de la muerte del cine en sí, sino de un modo de verlo como una ilustració­n del texto. Mi propuesta es “antitextoc­éntrica” y crear imágenes que sean autosufici­entes y hablen por sí mismas.

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ARACELI LÓPEZ “En el Génesis se dice que ‘el verbo creó al mundo’ y eso no es cierto: lo que creó al mundo es la imagen”, dijo.

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