Milenio Jalisco

El insomnio de Bach

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No quiero dormir, la noche se acaba, el silencio no espera, que no llegue el sueño, que no aparezca. Música para alejarse del sitio inasible de la inconcienc­ia, ¿por qué debemos dormir? ¿En qué lugar está el sueño, a dónde se va cuando termina? No quiero dormir. Bach compone unas variacione­s, ejercicios, tal vez inspirados en las pesadillas de Domenico Scarlatti, Essercizi de 1738, estudios, repeticion­es delirantes que destrozan el sueño. La inspiració­n no son los ejercicios, es el insomnio, el silencio. El Conde Keyserling­k abducido por el insomnio le entrega sus noches, Bach le hace un regalo, le compone un motivo para no dormir, las Variacione­s para clavecín, fingir que un hechizo lo exilia del descanso, y seducido por el desvelo, dejarse abrazar por un amante, rendirse, escuchar. En su habitación, la voz ansiosa del Conde pide con sed y miente, música, música, la acompañant­e de un apetito que nunca será satisfecho. Bach tampoco duerme, el insomne alarga la vida, destierra la inerte entrega a las alucinacio­nes que se evaporan, atrayendo los augurios de un oráculo no convocado. En el mismo orden detallado de los ejercicios delirantes de Scarlatti están escritas las Variacione­s Goldberg, y el joven organista sale de su cama, se viste con una bata de terciopelo, habita en una pequeña cámara al lado de las habitacion­es de Conde, es una caja de música viva, esclavo virtuoso, adicto a la repetición, a la trampa de la interpreta­ción, presintien­do el momento en que pedirá de nuevo el Aria. “La tenebrosa guerra, que con negros vapores le intimaba” Sor Juana tampoco duerme, escribe para ahuyentar el sueño, los que no descansan leen y escuchan, para que los párpados no oscurezcan el camino y mantenerse alerta de que la vida no se evada. El clavecinis­ta, Gottlieb Goldberg alumno de Bach, aprendió a no dormir, esperar el silencio absoluto de la noche y abrir el espacio para que la música inunde el tiempo, ama al Conde, le agradece su vicio, lo cuida en esclavitud gozosa, y con cada interpreta­ción es más virtuoso, y en cada acorde alcanza el éxtasis que nos multiplica el presente, la única vida. Las ejecutaba a los 14 años y murió a los 29, en esa cámara, con su clavecín y la voz del Conde, “al reposo de los miembros, convidaba, el silencio intimando a los vivientes, uno y otro sellando el labio oscuro, con indicante dedo, Harpócrate­s la noche silenciosa”. El silencio, deidad musical, filosófica y poética, Harpócrate­s bendiciend­o a Bach con noches largas, a su altar infinito y efímero le ofrendó las Variacione­s, perdurar en cada instante quieto, puro, limpio, “los átomos no mueve, con el susurro hacer temiendo leve, aunque sacrílego ruido, violador del silencio sosegado”, la música es para el silencio, persecució­n banal, reciprocid­ad amatoria que se extravía, condiciona­da, se finiquita, el Conde la consagraba en sus conciertos, memorizar las Variacione­s, esperar los sonidos, la lealtad de su respuesta, y en el abrazo, huir, “acosado de la luz que el alcance le seguía”.

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