El narco armado en Reforma…
Jueves pasado. Ciudad de México. Paseo de la Reforma. Ángel de la Independencia. Carriles centrales. Rumbo suroeste-noreste. 16:47 horas. Luz verde en el semáforo. Decenas de personas aceleramos nuestros coches con dirección a la Glorieta de La Palma.
De la nada y a gran velocidad (no lo vi venir por ninguno de los tres espejos) nos rebasa, casi a todos y por la derecha, un Chevrolet Malibú color arena. Mala sincronización de los semáforos, nos toca la luz roja en La Palma.
Quedo en tercera fila, un poco detrás y a la izquierda del Malibú, que está en el carril central. Alcanzo a observar, a través de la ventanilla trasera del Chevrolet (que está abajo, como todas las demás) algo de lo que ocurre dentro. Me percato de que lo ocupan cinco hombres, cuatro de ellos con gorras. Son jóvenes. Están en sus años veinte. Escuchan reguetón. Están inquietos: miran hacia todos lados.
El que me toca más cerca, el de la ventanilla trasera izquierda, voltea en diagonal y me ve de reojo, desafiante, pero nervioso. Se percata que no hay amenaza circundante así que vuelve a los suyo, a bailotear la cabeza. Los brazos tatuados también los bambolea al aire, con los pulgares y meñiques estirados como lanzas.
Como suele suceder ante los semáforos, los motociclistas se colocan por delante de los automovilistas. Se pone la luz verde. El conductor del Malibú adelanta, pero dos motocicletas le estorban para que pueda acelerar más. En una moto andan dos hombres con casco y en otra va un hombre con casco. El del Malibú toca el claxon agresivamente y lanza el coche contra los motociclistas. No iban muy despacio, acomete nada más porque sí. No los golpea, los asusta. Cuando al fin el Malibú los rebasa segundos después, desde adentro del coche dos de los jóvenes sentados atrás blanden sus escuadras para amedrentar a los motociclistas. Les gritan cosas que no alcanzo a escuchar: llevo los vidrios arriba.
Pasamos Insurgentes, el monumento a Cuauhtémoc. De nueva cuenta, mala sincronización de los semáforos: nos toca el alto en Reforma y Milán. El Senado de la República está a la izquierda, en París y Reforma. El Malibú ha quedado en el carril central, al frente. Las dos motociclistas optan por no rebasarlo. Aguardan detrás. Me pongo en el carril del lado derecho, en segunda fila.
Uno de los jóvenes armados, el que va en medio del asiento trasero, amaga con saltar a su compañero que va junto a la ventanilla para bajarse del coche y arremeter contra el motociclista que lleva pasajero. Su colega de armas lo contiene.
Se pone la luz verde. El Malibú acelera, pasa la Glorieta de Colón, luego Avenida Juárez, Avenida Hidalgo y se sigue por Reforma rumbo a Violeta y Garibaldi, tal vez hacia Lagunilla y Tepito por Eje 1 Norte, ya no alcanzo a ver, porque doblo en Juárez.
Paseo de la Reforma. Ángel de la Independencia-Avenida Juárez. 2.4 kilómetros. Ocho minutos de miedo y adrenalina a plena luz de la tarde. Cinco sicarios o halcones armados en un coche embisten motociclistas nada más porque sí, porque son muy machos y van armados. Lo hacen porque pueden hacerlo, porque nadie les dice nada. Porque se sienten impunes ahí, en pleno Paseo de la Reforma, donde, claro, oficialmente no hay narcos que anden a toda velocidad blandiendo armas como en zonas de Tamaulipas, Sinaloa, Chihuahua, Guerrero, Durango, Baja California, Veracruz, Jalisco, Guanajuato...
En fin, el narco armado en Reforma. Qué coraje. Y qué triste. Ahí la llevamos, ¿no?
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