Democracia y desintegración social
Hace unos días tuve la fortuna de participar en un coloquio, organizado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, dedicado a examinar la relación entre democracia y desintegración social. El asunto es clave porque apunta a considerar los efectos –no deseados– de la democracia electoral sobre la cohesión y la estabilidad de las sociedades, asuntos que les preocupan a los ciudadanos comunes.
La sola conexión de los temas, democracia y desintegración, conlleva una crítica implícita al modelo democrático existente en México. ¿Es casual que hasta ahora la democracia haya sido incapaz de gobernar correctamente a la sociedad, mantener el orden, encauzar las fuerzas políticas y conjugar los intereses, en torno al objetivo de lograr el bien público nonstituyen la manera en que se servicio o a la hora de prestarlo. A la no queremos enteesfuerzo. Es paradidarios, egoivos relade la nación?
La democracia que tenemos ha coincidido, cada vez más, con un período de gran desorden y desorganización social. No es sólo que entre los políticos y los partidos haya muchos desacuerdos, competencia desleal y patadas bajo la mesa. Tampoco es sólo que durante las últimas décadas los mercados económicos, los precios de las mercancías y los montos de los salarios, han provocado niveles de desigualdad y marginación peligrosa e indignantemente altos.
El desarreglo va más allá. Incluye la presencia de una corrupción desaforada (que no se necesita documentar, pues basta considerar cuántos gobernadores de los estados enfrentan acusaciones de malversación de fondos) y el incremento de las cifras de asesinatos, secuestros, feminicidios, trata, desapariciones forzadas y delitos comunes que se ha presentado a partir de la última década. Por las cifras de muertes violentas, técnicamente padecemos una guerra atípica pero muy mortífera.
A ello se puede agregar la proliferación de conductas agresivas como el ** bullying, el acoso y el hostigamiento, o comportamientos autodestructivos como las adicciones y los suicidios. Pero llama la atención la presencia, sobre todo en entidades como Jalisco, de una suerte de malestar social generalizado, una pérdida de la confianza en nuestro futuro, así como en la capacidad de las instituciones para garantizar un mínimo de tranquilidad, ya no digamos justicia y paz. En “apoyo” a este pesimismo sobre el comportamiento de nuestras instituciones se puede citar la proporción desalentadoramente baja en el número de los delitos que realmente se castigan conforme a la ley (no más de cinco de cada cien delitos, según las estadísticas más optimistas).
Todo esto, en mi opinión, abona al argumento de que en amplias zonas de nuestro país se presenta una elevada desintegración social. ¿Pero qué significa este concepto? ¿Se puede reconocer la desintegración social como una expresión y una consecuencia de la presencia de demasiados conflictos políticos y sociales intratables, excesivos comportamientos ilícitos e ilegales incontrolables, extremada exacerbación de conductas egoístas e insolidarias y grave falta de entendimiento entre sectores sociales y políticos?
Me parece que, en efecto, estos comportamientos manifiestan la desintegración social prevaleciente en México. En todos estos casos lo que hay detrás es una no correspondencia entre las acciones de personas y grupos, por una parte, y las expectativas que se tienen de tales acciones desde la perspectiva de lo que conviene a la sociedad y la cohesiona en torno de objetivos relacionados con el bien general. Esto, en mi opinión, es la desintegración social.
En otras palabras, la desintegración social es el corolario del exceso de individualismo egoísta y sus manifestaciones típicas: el juego sucio, el irrespeto a las normas, el desprecio por los demás y su utilización como instrumentos al servicio del propio interés. La consecuencia de la desintegración resulta obvia: la marginación y la exclusión de amplios sectores sociales. el malfuncionamiento de las instituciones, el imperio social de la injusticia, el deterioro de lo público. Luego entonces, la corrupción, los crímenes y asesinatos, por ejemplo, son efectos que se vuelven causas, y causas que se vuelven efectos, de la desintegración social.
La democracia real no ha evitado que nos volvamos insolidarios, individualistas en exceso y poco proclives a crear formas de cooperación social que procuren la inclusión de las grandes mayorías. Es así porque la democracia de partidos en competencia está diseñada para que determinados individuos ganen el poder y adquieran sus ventajas: ésta es su principal motivación práctica.
Si queremos recuperar la cohesión social es necesario reformar la democracia y concebirla como una forma de vida que nos haga pertenecer a algo que nos enlaza a todos los ciudadanos. Y todos, por supuesto, debemos participar de este esfuerzo. Es paradójico, pero no lo entendemos: ver por el propio interés, incluye ver por el interés de los demás. Y mirar por los demás es mirar por uno mismo.