La presión de los precios
El incremento del nivel de precios de consumo básico representa una de las mayores presiones para una ciudadanía que desde hace décadas soporta una fuerte pérdida del poder adquisitivo. No sólo tenemos que las cifras de inflación en el mes de septiembre fueron del cinco por ciento, sino que las proyecciones del Banco de México apuntan a que ni en 2018 ni en 2019 se logrará llegar a la meta establecida del tres por ciento. Esto significa que de aquí a 2020 la opción para la gente será soportar incrementos en los precios de los bienes y servicios más básicos, por encima de las posibilidades de crecimiento y generación de riqueza del país.
La ecuación es conocida: la suba de los precios duplica a las tasas de crecimiento. El encarecimiento del costo de vida se devora a los ingresos adicionales que se tengan. Y esto sin tomar en cuenta la mala distribución de la riqueza que deriva en que muy pocos se queden con los márgenes de crecimiento. En medio de los malos pronósticos para las economías latinoamericanas, México proyecta un incremento de 2.3 por ciento en 2018 y de la misma cantidad en 2019. Estamos ante una economía atrapada en niveles insuficientes de expansión, con una proyección de encarecimiento del costo de vida que golpeará directamente a los que menos tienen. Y en un país con más de 53 millones de personas en situación de pobreza, el golpe será muy fuerte.
Uno de los mayores retos es enfrentar la pérdida de poder adquisitivo de la gente y hacer que se recuperen los ingresos, lo cual no será posible si no se logra un repunte significativo en la cantidad y en la calidad de los empleos. Con un crecimiento ponderado apenas por encima del dos por ciento, difícilmente mejoren las condiciones de empleo. Y con la presión constante de los precios de la gasolina y el gas, así como por la inestabilidad del peso frente al dólar, la inflación le está ganando a los ingresos. Todo sube, todo cuesta más caro pero la pobreza se mantiene y los salarios se vuelven minúsculos.
En una sociedad marcada por una profunda desigualdad que va más allá de lo económico para anclarse en lo educativo, las nuevas opciones laborales serán fundamentales para la distribución de ingresos. Y en este sentido, una de las grandes preguntas es qué tanta confianza despertarán las medidas del nuevo gobierno para incentivar las inversiones privadas, además de las proyecciones de las obras que se realizarán mediante inversiones públicas. De esa conjunción de inversiones dependerán en buena medida los nuevos puestos y las nuevas oportunidades.
Los precios de los productos básicos no dejarán de subir. La gente lo sabe y busca la manera de enfrentarlo. Hay una fuerte necesidad de que la inversión, tanto pública como privada, tengan un rostro social, que sus efectos se noten directamente en una mejoría del consumo, de los ingresos y de la calidad de vida. La presión de los precios sólo será más leve si repuntan el empleo y los salarios. La duda es si esto lo veremos pronto.