Ni policía migratoria ni válvula de escape
La migración es consustancial a la globalización. Es un error de las políticas económicas neoliberales promover el libre intercambio de capitales, bienes y servicios entre las naciones, y pensar que detrás de ellos no irán las personas, los trabajadores y sus familias.
Cuando entró en vigor el TLCAN 1.0, en 1994, se dijo que la migración mexicana a Estados Unidos de América se detendría, porque ahora vendrían a México las empresas y los empleos que los compatriotas iban a buscar allá. Sucedió exactamente lo contrario.
Llegaron las empresas y los empleos del libre comercio, pero los trabajadores mexicanos nunca obtuvieron los sueldos y salarios por realizar aquí el mismo trabajo que los estadunidenses y los canadienses hacen allende las fronteras. La política de contención salarial se convirtió, inhumana y antieconómicamente, en la principal “ventaja competitiva” de México. Por ello la migración se disparó.
Además, sufrió una mutación: junto con el clásico migrante pobre del campo empezaron a emigrar jóvenes de la ciudad con niveles de escolaridad medio y alto, profesionistas, amas de casa y hasta niñas y niños no acompañados que iban en busca de la madre o padre migrante.
Hoy tenemos una crisis humanitaria en la frontera sur, provocada básicamente por la violencia y la pobreza que azota a los países del llamado “triángulo del norte” en Centroamérica, especialmente Honduras, atizada por una coyuntura política: las elecciones intermedias en Estados Unidos de América y la lucha opositora en Honduras, entre el Partido Libre y el Partido Nacional.
México se encuentra entre la espada y la pared en esta coyuntura, con una implicación o desafío político para el gobierno entrante. ¿Qué hacer?
Antes que nada, no caer en la tentación de reprimir o encarcelar a la caravana migrante. Es decir, no criminalizarlos. México dispone de mecanismos institucionales para ofrecer refugio y asilo a las y los migrantes centroamericanos que así lo soliciten.
Ampliar el programa de visas de trabajo ya existente, para que los centroamericanos laboren en tareas del campo o en el sector servicios de manera segura, legal y regular. Y aunque la mayoría de ellos van por los dólares americanos, no tras los pesos mexicanos, este programa ayudaría a contener y ordenar la presión migratoria en la frontera sur. Es algo que ha venido ofreciendo el presidente electo AMLO.
También, dejar bien claro a Washington que, en lugar de pedir a México que se convierta en un “tercer país seguro”, que le maquile la seguridad fronteriza en el Suchiate, la solución de fondo es impulsar a Guatemala, El Salvador y Honduras como “primeras naciones seguras”, con un programa regional de cooperación económica para el desarrollo y fortalecimiento de sus instituciones de seguridad, a fin de que las personas hagan su vida en sus lugares de origen, sin las amenazas de la violencia y la pobreza.
Ahora bien, si en la caravana vienen grupos con antecedentes criminales o que representen una amenaza para la seguridad nacional y continental (terroristas, tratantes de personas, traficantes de armas, drogas, dinero, etc.), México debe detenerlos inmediatamente y entregarlos a la justicia. Pero solo a ellos, no a toda la caravana.
En síntesis, nuestro país debe actuar soberanamente: ni ser el policía fronterizo de terceras naciones, ni la válvula de escape de países que han hecho de la migración su modus vivendi económico.
México debe actuar soberanamente, no ser policía fronterizo de terceras naciones
M