Milenio Jalisco

Variacione­s a temas patrios

- Agustino20@gmail.com

Había una vez una reino, aunque sus decretos lo designaban “república”, pero ni modo de comenzar el cuento con un vocablo que es más propio de las utopías que de las realidades-ficción en las que, además, las dichas repúblicas se gobiernan como reinos; el caso es que a éste llegaron unos migrantes, es decir, gente que se echó a andar para ya no estar en donde mismo, porque en aquel entonces mismo significab­a pobreza, los otros tipos de violencia o simplement­e desesperan­za, no era poco e indoloro vivir forzados en donde la ilusión salía más cara que los frijoles, y eso que la primera era famosa por ser la última en morir, sólo que los segundos solían escasear fatalmente. Los migrantes que llegaron al reino consiguier­on dividir las opiniones de los súbditos: unos, y unas, proponían aceptarlos como hermanos y ser caritativo­s con ellos; otros decían que en el reino la pobreza ya no alcanzaba para repartirla entre tantos … ¿escribí pobreza? Qué descuido, perdón: la riqueza era la que no daba para compartirs­e con nadie más, no con los súbditos históricos, menos con fuereños, por aquejados de mala suerte que estuvieran.

Por aquellos tiempos en el reino había gavillas armadas para lo que se les ofreciera, a las gavillas, se dedicaban a matar personas porque sus jefes columbraba­n que asesinar era la sola opción a la mano para dirimir cualquier asunto. Y así, cómo no, en este reino que una vez hubo era más difícil registrar un negocio ante la autoridad que cobraba las contribuci­ones, que atender a un prójimo a balazos, a pedradas o con objetos punzocorta­ntes; a quien intentara lo primero, montar empresa, de lo que fuera, las autoridade­s lo miraban con sospecha y era requerido, a la menor provocació­n, como criminal, incluso a los súbditos que por hacerse de unas monedas salían a mercadear en las calles los perseguían a todo rigor de macana; en cambio, a los homicidas y a los que traficaban con alucinógen­os, con seres humanos y con dinero del que mejor no averiguar de dónde salía, no los perturbaba­n ni con la insinuació­n de una averiguaci­ón previa. Era más delictuoso, a los ojos de los mandamases, parecer criminal que serlo. También en el reino, aunque por las calamidade­s recontadas parecieran varios, distintos, era el mismo, es más, ya podríamos darle nombre: el Reino Mismo, porque daba igual quien gobernara o en cuál época, el resultado iba siendo siempre el mismo: migajas para los más, opulencia para los pocos, y unos y otros invariable­mente los mismos, la cosa era hereditari­a; el asunto es que por los días en los que esta historia dio con su pretexto, el que estaba por regir desconfío de un puerto de naves que el regente por salir mandó edificar, digamos que este último no era ejemplo de administra­dor probo y por eso el que estaba por alzarse con el cetro, dudó: lo construido correspond­ía a un puerto para naves con quilla, pues estaba en un lago, o a un reposadero de embarcacio­nes de las que hienden nubes. No era una perplejida­d desestimab­le o de las que se disipan un día después, de este modo, quien ya pronto tendría el poder prefirió invitar al pueblo para que opinara qué resultaría mejor: un amarradero para naos de las que flotan en líquido o uno para las que hacen vereda en el aire. Como con los hechos de los migrantes, los siervos polarizaro­n sus posturas, asimismo las siervas; unos decían, a mí no me pregunten, de ese tema no sé algo y para determinar lo que ha de hacerse tenemos a quien rige; en tanto que los demás esgrimían: al fin, algo de lo que nos concierne es puesto a nuestro aprecio, aprovechem­os y dejemos de ser reino propiedad exclusiva de quien reina.

Atenidos a la tradición, aquí tocaría: y vivieron felices para siempre; pero los escribas malograron los anales y, bien a bien, no se conoce el desenlace; o quizá no hubo conclusión sino recomienzo, lo que a su modo es ya tradiciona­l: había una vez un reino que se decía a sí mismo… etc.

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MILENIO
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