PARTIDAODESLUMBRANTE Andrew Beal, el apostador que se hizo banquero y millonario
dólar y arreglarlos para venderlos en 30 o 40 billetes verdes.
Así, ideando nuevas formas de ganar dinero, Andy —como le dicen sus amigos— pasó su infancia y adolescencia. Su esfuerzo rindió frutos y para cuando ingresó a la universidad ya administraba varios almacenes y algunas pequeñas empresas, que combinaba con sus estudios en Matemáticas.
Su pasión por esta ciencia exacta era muy grande; sin embargo, decidió abandonarla para dedicarse a sus pequeños negocios; además de que en esa época —principios de los 70— descubrió una nueva manera de llenarse los bolsillos: apostar a lo grande en el póquer. Los casinos de Las Vegas se convirtieron en su segundo hogar, cada noche explotaba al máximo su capacidad para contar cartas, habilidad que desarrolló gracias a su talento nato para las matemáticas. Ahí, entre máquinas tragamonedas y mesas de blackjack, amasó una pequeña fortuna jugando al póquer.
Con ese dinero, Beal se dio cita en una subasta federal con el objetivo de comprar un complejo de apartamentos en Missouri; sin embargo, terminó con un edificio en Texas, el cual remodeló y tres años después vendió por un millón de dólares.
Varios negocios inmobiliarios después le dieron el suficiente capital para fundar Beal Bank, el negocio que lo hizo multimillonario.
Hagan sus apuestas
Era el comienzo del nuevo milenio y el Beal Bank ya no necesitaba de su fundador para operar a la perfección. Fue entonces que decidió dedicar más tiempo a sus actividades favoritas: las matemáticas —incluso desarrolló una teoría que lleva su nombre— y el póquer, donde en una sesión en el Bellagio llamó la atención de los organizadores de partidas televisivas. Reclutado por esos tiburones, Beal ofreció partidas épicas en las que ganó y perdió millones de dólares. A la postre se “retiró” del juego, pero sigue apostando en sesiones privadas donde incluso se pone en juego más dinero que en los casinos, y al parecer, así seguirá hasta el último día de su vida, o como diría Lemmy, hasta que llegue el momento de “bailar con el diablo”.
m