Liberales contra el populismo
En septiembre pasado, Letras Libres publicó un artículo de Carlos Bravo Regidor y Juan Espíndola Mata, titulado El peligro populista como autorretrato liberal. Es recomendable. Nos ayuda a entender este periodo de indefiniciones que vivimos, entre la salida de Peña Nieto y la llegada de López Obrador, en el que muchos padecemos una desazón provocada por lo desconocido.
El artículo aconseja desoír las lecturas fáciles que terminan por limitar el diálogo entre visiones diferentes. En México ha hecho mucho daño esa mutua ignorancia entre demócrata-liberales y social-demócratas. Recordemos las críticas a la propuesta de Enrique Krauze, a mediados de los ochenta, de construir una democracia sin adjetivos: se le tildó de limitada a aspectos formales, complemento funcional del neoliberalismo económico, e incapaz de resolver los problemas del México real.
Del otro lado, se puede citar la insuficiente sensibilidad del campo liberal para comprender el programa defendido por Cuauhtémoc Cárdenas, primero, y por AMLO después. Si algunos intelectuales liberales clave no hubieran mostrado tal incomprensión, habríamos visto a Octavio Paz encabezar la protesta contra la **caída del sistema en las elecciones del 88 y señalar la ilegitimidad originaria del gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Independientemente de que suene excesiva la propuesta de una Cuarta Transformación, vamos a vivir un momento de política fundacional. Ha terminado una etapa de la historia contemporánea de México, la de la aplicación a rajatabla de las políticas favorecidas por el consenso de Washington. Todo hace suponer que ensayaremos políticas económicas y sociales diferentes. La pregunta es si la nación comenzará a resolver los problemas de fondo irresueltos por los gobiernos priistas y panistas.
Así será si somos capaces de crear consensos sobre las mejores decisiones al alcance, construidos a partir de discusiones bien razonadas y sobre la base de reconocer los errores del pasado. Me parece que esto se sigue de lo que proponen los autores del artículo que le comento.
La lectura de que AMLO es un populista sin más, es equivocada. Según esta visión, el próximo presidente romperá con los aspectos institucionales –positivos— del sistema de cosas implantado desde mediados de los años ochenta. En ello reside el peligro del tabasqueño: se echarán por la borda los buenos logros alcanzados tras duros aprendizajes: por ejemplo, los contrapesos al poder presidencial, la relativa disciplina fiscal, la autonomía real del Banco de México, el compromiso con la neutralidad de las instituciones democráticas, el respeto a las libertades de expresión y a la propiedad privada...
La misma lectura insiste en que la existencia de una mayoría tan amplia en favor de AMLO, en ambas cámaras, es una amenaza a la institucionalidad liberal y democrática penosamente construida durante los últimos años. Tal pareciera que garantizar la continuidad democrática en el país implica la necesidad de tener gobiernos divididos, es decir, que el presidente no cuente con el apoyo del partido mayoritario, tal y como ocurrió entre 1997 y 2018. No se repara, insisten Bravo y Espíndola, en que un componente de la democracia es la posibilidad de que, por la vía de los votos, los ciudadanos generen un gobierno respaldado por una amplia mayoría. Ni modo, así es la democracia.
El punto clave de la crítica de Bravo y Espíndola a la lectura que los liberales han hecho de la coyuntura abierta por la llegada de AMLO al poder (Krauze, Aguilar Camín, Silva HerzogMárquez) es que no consideran que no hay un solo tipo de populismo --sino distintas versiones históricas de esta tendencia--, así como tampoco hay un solo tipo de liberalismo.
López Obrador puede ser populista, pero su populismo podría situarlo en un continuo de posibilidades de política, en el que cohabitan distintas visiones populistas que se mezclan con abordajes liberales de la acción pública. Un análisis de su comportamiento revela esta posibilidad. Además, como insisten los autores, después de todo, ni el liberalismo mexicano será revertido porque los gobiernos que hemos tenido han dejado mucho qué desear para ser dignos de tal adjetivo (liberal), ni el populismo significa, lógica y necesariamente, la destrucción de la democracia.
En todo caso, el electorado mexicano decidió, en uso de sus derechos democráticos, poner un alto a las medidas tomadas por los gobiernos que durante treinta años se dijeron de inspiración liberal y orientación democrática. No lo fueron tanto, ni lo uno ni lo otro.
Ahora, hay que vigilar que la misma voluntad ciudadana que estableció el correctivo lopezobradorista para el neoliberalismo económico, le ponga límites a AMLO si se vuelve necesario. No será el caso si López Obrador entiende un poco el código liberal, pues a pesar de recibir el apoyo de las cámaras, resistirá la tentación de convertirse en el pueblo. A ver.
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