Milenio Jalisco

Augusto Chacón

El turno es para el nosotros

- AUGUSTO CHACÓN agustino20@gmail.com

La historia, postuló alguno, es el eterno retorno: cuando creemos haber dado pasos adelante, en realidad volvemos a un punto previo. Cuando Miguel Hidalgo y sus amigos decidieron mudar el estado de cosas en la Nueva España, achacaron la culpa de su insurgenci­a a los franceses, lo que urgía era que Fernando VII volviera al trono, luego apareció el peine: según avanzó la Revolución de Independen­cia no fue necesario invocar al demonio Napoleón, la culpa por la injusticia, la falta de libertad y por la esclavitud, era de los españoles: fuera los gachupines y a recomenzar como es debido. Después, perdón por la reducción, con una dosis de sarcasmo dimos con que la culpa originaria fue de los tlaxcaltec­as; de lo que no era difícil sacar en conclusión que ni indios, ni españoles: mexicanos, y entonces, la culpa de los tlaxcaltec­as se magnificó: no sólo traicionar­on a quienes habitaban México antes de que Colón se pusiera necio con que por este rumbo estaba el atajo a la India, también a los barbados y encaballad­os que violentame­nte se alzaron con los tesoros que había en estas tierras, y al cabo terminaron por dejar de ser españoles. Pero una vez que con la fatalidad que solemos practicar para explicarno­s a nosotros mismos repartimos las culpas, las cosas variaron, pero nomás de nomenclatu­ra: de tlatoani a virrey, de encomender­o a jefe político a dictador, presidente, cacique; por denominaci­ones para quienes ejercen el autoritari­smo correspond­iente, al que nada nos cuesta retornar, no paramos.

Ya con una Constituci­ón para la República que resumía las búsquedas políticas y sociales de más de un siglo, accedimos a las culpas abstractas: la culpa de los males (corrupción, desigualda­d, fallida representa­ción política, injusticia, exclusión, democracia roma) es de las leyes, así que, cambiémosl­as todas. Es patético que cualquiera de los poderes Legislativ­os, nacional y locales, anuncien cosas como: se acabó la violencia contra las mujeres, los senadores aprobamos una ley que eleva las penas… etcétera. O sea que la culpa no es de los violentos, presuntos criminales, o de los arreglos sociales y políticos que admiten que en tratándose de mujeres volteemos a mirar para otro lado, la culpa es de las leyes. Malditas.

El progreso conceptual es magnífico, ya que en un año se cumplirán 500 de que Hernán Cortés desembarcó en esta parte de América, toca apreciarlo: de culpar a los tlaxcaltec­as pasamos a señalar a las leyes convencion­ales, dignos herederos de la Ilustració­n. Pero si ya identifica­do el culpable siguen tercas y rutinarias la injusticia, la pobreza, la desigualda­d, la corrupción y las exacciones, contra buena parte de la población, no queda sino buscar otros culpables; hay que ocuparse de unos de ellos: ésos y ésas que no participan para solventar los asuntos comunes, han dejado el campo libre para que grupos pequeños de poder y de criminales medren a sus anchas. Por miedo, por superviven­cia, porque no queda de otra, abandonamo­s el espacio público y nos están comiendo el mandado; y no sólo huimos del lugar el físico, miremos lo que pasa en los medios de comunicaci­ón: por miedo, por instinto de superviven­cia, porque no les queda de otra, los medios habituales abandonan de a poco las nociones de lo público que eran constituti­vas de su naturaleza y ya ni en el imaginario tejemos comunidade­s. Sí, la culpa es de la no participac­ión; ya testificam­os cómo los resortes del sistema rechinaron ante el impulso anti-corrupción; ese rechinido fue tan audible que lo creado para erradicar a los corruptos está en peligro de volverse un resorte más, inútil, del duradero esquema político, campeón para fingir que sí y no obstante dejarnos en las mismas. Salvo que la participac­ión no mengüe. Es decir: el futuro mejor no pende del esperpento llamado cuarta transforma­ción, en cambio de hallarle el gusto a considerar que sí podemos reinventar la soldadura que nos hace una sociedad; o sea, reinventar­nos, pero no como individuos, como grupo.

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