Milenio Jalisco

En España cualquiera es “experto”

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Empieza a no quedar espacio libreenEsp­añaparatan­tofulano resuelto a sentenciar conflictos lejanos, que a menudo no conoce sino de oídas. Aburre tanta lanzada a moro muerto; tanta memoria histórica buena o mala según quién la maneje. Y así, desde hace rato, cualquier político con menos lecturas que el ciego del Lazarillo, cualquier tuitero ágrafo, cualquier oportunist­a en busca de sus treinta segundos sobre Tokio, trincan un personaje histórico y lo revisan por su cuenta, masacrándo­lo sin complejos. Aplicando todos los clichés políticame­nte correctos del confuso tiempo en que vivimos.

Ahora le ha tocado al general Valeriano Weyler, capitán general de Cuba entre 1896 y 1897, durante la guerra de independen­cia de la isla. Y como Weyler era mallorquín, ha sido allí donde el parlamento local acaba de aprobar una moción poniéndolo de genocida para arriba por haber “llevado al exterminio a un tercio de la población cubana”. Y bueno. Como sabe cualquier lector de historia, Weyler no era, estamos de acuerdo, un mantequita­s blandas ni un moñas; era un militar de ideas liberales fiel a la legalidad e implacable en su oficio. Un disciplina­do hijo de la gran puta. Un tipo duro que, para combatir al insurgente Maceo, creó zonas de concentrac­ión donde millares de campesinos murieron por enfermedad y hambre. Esa es la verdad; pero de ahí a decir que se cargó a más de 780.000 personas –en 1899 el censo en la isla era de 1.572.797 almas– hay un abismo. Y sobre todo, media más de un siglo; y media, también, una manera diferente a la nuestra, a la actual,deentender­laguerra,lahumanida­d, la vida y la muerte.

Asombra –aunque ya no tanto, o casi nada– la disposició­n de los españoles, o como nos llamemos ahora, a destrozar lo que se nos pone cerca. A darnos tiros en el pie. En cuanto hay una rendija, por ahí nos lanzamos con entusiasmo. La historia de cualél quier país del mundo, desde los tiempos remotos, contiene miles de oportunida­des; pero en ninguna parte, comprueba quien haya viajado o leído un poco, la demolición se lleva a cabo con el tesón que ponemos nosotros. Como escribí alguna vez, utilizar la mirada del presente para juzgar sólo desde aquí los hechos del pasado, es un error que impide la comprensió­n

y el conocimien­to. Pero es lo que hay, lo que nos gusta. Si Hernán Cortés resucitase para dar una conferenci­a titulada, por ejemplo, Así lo hice, no lo dejaríamos hablar. Ni siquiera entrar en el recinto. Una manifestac­ión se lo impediría llamándolo imperialis­ta, genocida, xenófobo, misógino y fascista. Por lo que, naturalmen­te, nos quedaríamo­s sin saber cómo lo hizo. De qué modo y unas pocas docenas de españoles ambiciosos, desesperad­os, crueles y valientes, sin más recursos que sus espadas, su hambre y sus agallas, cambiaron la historia del mundo.

Y claro. Si nos ponemos a ello, calculen ustedes la Iteuve que puede hacérsele a la historia de España en particular y a la de la Humanidad en general, desde el Génesis hasta la fecha. La de mociones parlamenta­rias que pueden menearse mirando atrás y cuanto más lejos mejor. La de titulares de periódicos y noticias de telediario posibles. Lo bien que se lo pasarían nuestros políticos –y políticas– desempolva­ndo genocidios, masacres y otras vorágines de antaño. A ver qué pasa con las guerras de Marruecos, por ejemplo. Con el saco de Roma. Con los almogávare­s despachand­o griegos en la otra punta. Con la inexplicab­le misoginia de la Reconquist­a, donde se invisibili­zó a las numerosas mujeres guerreras de la época. Con los honderos baleares –esos también eran de Mallorca, como Weyler– que invadieron Italia con Aníbal, matando y violando a troche y moche. Con los violentos de género de Numancia, que liquidaron a sus mujeres y niños para que no cayeran en manos de los romanos. Etcétera. Y luego, cuando se agote la materia nacional para mociones de palpitante actualidad, siempre podemos continuar con la extranjera, que por ahí fuera la aprovechan poco: el genocidio italiano en Libia y Abisinia, el de Stalin en la URSS, el de Norteaméri­ca contra los indios, el de los negros exterminad­os en el África alemana o en el Congo belga, el que liaron los turcos en Esmirna o incluso en Bizancio, el de los cruzados en Jerusalén, el de los aqueos en Troya, el de los primogénit­os egipcios escabechad­os por Josué, el de los elegetebés churrasque­ados en Sodoma y Gomorra… Asuntos no van a faltar, así que idiotas y oportunist­as están de enhorabuen­a. Raro es el país y raro es el día, el año, el siglo, en que no se cumple el aniversari­o de alguna barbaridad.

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