Transición en Jalisco
Sin las estridencias ni controversias, que a veces parecen innecesarias y hasta prematuras, que se han estado dando en la etapa de transición del gobierno federal, en Jalisco el paso hacia el nuevo sexenio transcurre relativamente en calma, punto menos que con cordialidad. La verdad es que no hemos visto al gobernador electo, Enrique Alfaro, hablar ni aparecer públicamente más allá de lo necesario y esto, al menos hasta ahora, manifiesta respeto a los tiempos y a las formas en que debe darse un relevo.
Las diferencias existen con el feneciente régimen, pero Alfaro no arrebata espacios y, en cambio, concede al gobernador saliente ya en el último mes, la oportunidad de cerrar la administración y preparar la entrega. Incluso, es de esperar que Jorge Aristóteles Sandoval todavía programe la inauguración de algunas obras importantes para un cierre de gestión que, al menos, rescate lo bueno que se ha logrado en los últimos años.
Nada de esto último ha regateado el que será desde el 6 de diciembre nuevo mandatario estatal, sin que esto implique conformidad con las fallas que encuentra en políticas inadecuadas, por ejemplo, en materia de seguridad pública. Tampoco se observa intención de poner a salvo ni perdonar las corruptelas que se han significado en la gestión saliente y en forma evidente en algunas áreas como las de infraestructura y salud pública, por ejemplo, con responsables presuntamente identificados. Por algo Teresa Brito fue invitada a continuar en la Contraloría, para ejercitar las acciones jurídi- cas que correspondan.
El último sexenio priista — partido que difícilmente volverá en muy buen rato por sus fueros—, sólo fue una especie de bisagra entre tres administraciones panistas y ahora la primera emecista, que se anticipa ya no dejará, así como así, sus opciones para mantenerse en lo alto. Sin embargo, para Alfaro no todo será tan sencillo. Ahora enfrenta un opositor fuerte que, además contará con el respaldo de su partido, Morena, para dar el estirón en Jalisco y avanzar con la mira puesta en la intermedia en que dará la pelea, primero, en los municipios.
Claro que no es previsible todavía qué relación mantendrá Alfaro con respecto al “superdelegado” Carlos Lomelí, cuyo cargo ya fue consolidado en la estructura formal del inminente gobierno federal. Hay que recordar que desde julio pasado Alfaro, ya triunfante, rechazó al “intermediario” y dijo no estaba dispuesto a aceptar el no tener acceso directo al presidente de la república. Pero lo cierto es que asoman algunos visos de que, ante la realidad, no habrá la rispidez esperada. Quizá la posición de Lomelí no tenga tanto poder decisorio como él mismo cree ya que hay un giro: dependerá de la Secretaría de Bienestar y no de López Obrador como se decía. Empero, la conveniencia política no está para abrir frentes con el poder central, absoluto en todos los órdenes.
Por lo pronto, en la semana transcurrida ya fue instalada la nueva Legislatura estatal, con una composición en la que, de manera casi sorpresiva, el Partido Acción Nacional viene a constituirse como segunda fuerza política con nueve diputados, dos más que Morena y muy arriba del PRI que de cuatro pasa a sólo tres por la convenenciera defección de Héctor Pizano en favor de MC. Así las cosas, con todo y su mayoría, los de Movimiento Ciudadano habrán de buscar concertaciones para temas fundamentales, con cualquier partido, quizá menos uno.
Por lo pronto ya está en la agenda inmediata y urgente la recomposición de la estructura del nuevo gobierno estatal, con los cambios que implican la separación de Fiscalía y seguridad pública (tras el malogrado invento de su fusión), la creación de nuevas secretarías, cambios de otras y el formato de las coordinaciones y nuevas facultades en la Jefatura de Gabinete. Además, se argumenta que se lograrán “ahorros” y se obtendrá mayor eficiencia. Ojalá. Por otra parte, Enrique Alfaro ya anticipó su gabinete y hay que reconocer que está compuesto en su mayoría por personas de buen perfil académico y técnico. Nuevas caras y, se espera, puedan llevar a cabo los ambiciosos programas que pretende realizar Alfaro, aunque, muy diferente a lo que hace el presidente electo, actúa con discreción para mejor divulgarlos en momento oportuno. Esta prudencia será conveniente en planes relacionados con la seguridad pública ya que es de esperarse una necesaria coordinación y afinidades con el programa federal de la materia que en unos días enunciará Andrés Manuel López Obrador.
Jalisco no está al margen del contexto nacional. La situación económica no está en buen momento y se avistan algunos choques entre empresarios y gobierno, así como mayores riesgos en la minimizada por AMLO condición adversa de los mercados financieros, sobre todo internacionales. En otras palabras, tendrá el nuevo gobierno de la entidad grandes retos de todo tipo que afrontar desde su inicio. La solución a la inseguridad, por ejemplo, no tolera ya más demoras ni ocurrencias ni mucho menos errores. Estamos ya a semanas del relevo y es de esperar que la transición se dé con madurez y con el invariable fin de beneficiar a los jaliscienses. Oportuno será recordar, por lo demás, que no es tiempo ni ocasión para nuevos futurismos políticos.