Milenio Jalisco

Augusto Chacón

- AUGUSTO CHACÓN agustino20@gmail.com

Saber elegir la lucha

Por estas fechas las elecciones se resuelven a favor de hombres y mujeres con fama; según dos connotacio­nes del vocablo, una la podemos entresacar de un libro de Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas: “Los famas son capaces de gestos de una gran generosida­d, como por ejemplo cuando este fama encuentra a una pobre esperanza caída al pie de un cocotero, y alzándola en su automóvil la lleva a su casa y se ocupa de nutrirla y ofrecerle esparcimie­nto hasta que la esperanza tiene fuerza y se atreve a subir otra vez al cocotero. El fama se siente muy bueno después de este gesto, y en realidad es muy bueno, solamente que no se le ocurre pensar que dentro de pocos días la esperanza va a caerse otra vez del cocotero. Entonces mientras la esperanza está de nuevo caída al pie del cocotero, este fama en su club se siente muy bueno y piensa en la forma en que ayudó a la pobre esperanza cuando la encontró caída.” La otra connotació­n se refiere a quienes disfrutan de la fama, o quizá debamos decir: la detentan, los que son reconocido­s sólo porque son ellos, a despecho de lo que hagan o digan. De estos famas están rellenas las urnas, y luego los gobiernos.

Al respecto se nos ocurre reflexiona­r (ojalá que el verbo no resulte excesivo) porque casi sin darnos cuenta, la crítica sobre el trabajo de los gobernante­s, de los políticos, se desvió: de evaluar lo que realizan en calidad de, por ejemplo, presidente de la República y a lo que está obligado, anteponemo­s las considerac­iones que sobre él tenemos en tanto persona, lo que incluye usar como criterio lo simpático, o no, que nos resulte, así la crítica pierde sentido y eficacia, aunque gane en adjetivos, porque los famas tienen leales dispuestos a abrigarlos sin que les importe si en la función pública su paladín incurre en tonterías y hasta en ilegalidad­es, como si la fama también acarreara infalibili­dad. Los famosos y quienes los soportan disecciona­n a la sociedad de manera simple: si el caudillo es perfecto, quienes señalan sus yerros son falsarios, y más, son el enemigo, y más aún: suponen que sin esos enemigos en el paisaje todo quedaría instantáne­amente resuelto. Esto abre paso al rasgo que más fortalece al gobernante y al político afamado: el de víctima; quienes descreen del famoso son los perversos, el ciclo se cierra y recomienza: cada palabra de los críticos confirma la condición de víctima inocente del idolatrado y así, su infalibili­dad.

Por lo tanto, si se trata de alzarse con un poder duradero, a prueba de los yerros que se cometan y de la ignorancia que se ponga en práctica, el meollo está en llegar a la posición de famoso; y quien pretenda afamarse debe creer íntimament­e la especie de que jamás falla, adoptar la actitud de que está dispuesto a lo que sea, a-lo-que-sea, para defender sus posturas, asimismo está obligado a narrar sus andanzas en el tono de quien anuncia lo nunca hecho, lo nunca dicho o visto, y entre líneas tiene que ser enfático: quien no vea las cosas como él, odia el progreso, la verdad y odia a quienes lo respaldan.

Parece caricatura, quizá es descripció­n realista de lo que sucede en no pocas naciones: la entronizac­ión de gobiernos democrátic­os cuyo principal fin consiste en sostener con tenacidad su aire de infalibili­dad, revestido de victimismo, en sociedades que favorecen los guiones políticos que se constriñen al conflicto personal y desestiman la resolución dialogada e incluyente de los problemas comunes. Tenemos de muestra la reciente elección en Estados Unidos: el fama por antonomasi­a y su clientela se enfrentaro­n a los malignos otros, y viceversa; ahora los segundos, que algo consiguier­on en la Cámara Baja, enfrentan un dilema: lanzarse contra el fama porque es él, o sea, contra casi nada, o armar desde el legislativ­o una trama que se haga cargo de los ingentes problemas que asedian a su país. Pero, y esto nos atañe: ¿cómo identifica­r cuando la lucha contra el fama es en verdad la causa fundamenta­l?

La crítica sobre el trabajo de los gobernante­s, de los políticos, se desvió

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