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Gracias a la técnica el ser humano se desprendió de sus necesidades biológicas más apremiantes, o al menos así lo consideró el filósofo español José Ortega y Gasset. Para él, los demás animales coinciden con su propia naturaleza, mientras que el ser humano no se adapta a la naturaleza, sino que adapta la naturaleza a sí mismo, por medio de la técnica. Esto es así porque deseamos no solamente vivir, sino vivir bien: el bienestar, y no el estar, es nuestra necesidad fundamental.
En pos de ese bienestar hemos buscado confort: casas, calefacción, automóviles o medicinas, todo conlleva el intento de vivir bien. Solo que esa búsqueda ha dejado problemas a su paso. Por un lado, ha dado frutos para un porcentaje mínimo de la población humana; por el otro, ha oca- sionado un desastre ecológico de magni- tudes inimaginables.
La estancia del ser humano en el planeta creó diferentes formas de cultura que actuaron en contra de la Naturaleza: al no encontrar bienestar en la vida natural, lo creamos en contra ella.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a llevar ese afán de la mera comodidad? Bolsas, botellas y popotes de plástico, industria cárnica u oleoductos: todo cuanto hemos creado para vivir cómodamente está destruyendo ecosistemas de los que depende la vida de miles de especies: así se ha perdido gran parte de la biodiversidad. ¿Habrá valido la pena? Wolfgang Amadeus Mozart, Gustav Mahler o Ludwig van Beethoven; Frank Lloyd Wright, Henrik Ibsen, Miguel de Cervantes o Baruch Spinoza, ¿habrán sido posibles solamente desde una cultura que terminara destruyendo la Naturaleza? Y qué tiene más valor: ¿la biodiversidad biológica en juego o la creación humana?
Dice Friedrich Nietzsche: “En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la ‘Historia Universal’: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza,
_ el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer…”
Altanero, falaz y guerrero, pero también compasivo y amoroso: así ha sido el minuto humano. ¿Valió la pena? Responder a esa pregunta queda más allá de las posibilidades humanas.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a llevar el afán de la mera comodidad?