Milenio Jalisco

La vida es un fracaso: Del Paso

- FERNANDO FIGUEROA

El extinto escritor creía que nadie era feliz. “No. Nadie es feliz. Uno tiene momentos de felicidad y tragos amargos”.

El 4 de noviembre de 1993 Fernando del Paso tenía 58 años de edad. Ese día le pregunté si era feliz y me dijo: “No. Nadie es feliz. Uno tiene momentos de felicidad y tragos amargos”.

Entonces quise saber cuál era el balance en su caso y él soltó la primera bomba: “Yo creo que el balance es negativo”.

Me intrigó su comentario y le pregunté cándidamen­te por qué decía eso. Su siguiente frase me dejó helado: “Lo sabrá cuando tenga mi edad”. ¡Sopas!

Aferrado, le pedí un adelanto de su presagio y su respuesta fue: “La vida siempre es un fracaso. La vida es triste. La vida se acaba de una manera súbita o con deterioro físico y mental. Uno empieza a sufrir por los hijos, por su destino, por sus problemas, y no se puede hacer nada por ellos. Aunque debo decir que en este preciso momento estoy feliz”.

Del Paso estaba feliz porque acaba de estrenarse Palinuro en la escalera, en el teatro Julio Castillo. La obra, escrita a partir de un fragmento de su novela Palinuro de

México, fue dirigida por Mario Espinosa. Al término de esa primera función abordé a Del Paso en el estacionam­iento del Centro Cultural del Bosque y le pedí una entrevista. Me dijo que estaba cansado y que quería irse a su casa. Le propuse que charláramo­s en el trayecto a su domicilio y aceptó.

Cuando me enteré de la muerte de Fernando del Paso, obviamente me acordé de aquella entrevista que originalme­nte se publicó en la sección de espectácul­os del periódico El Nacional. La incluí en mi libro El mejor oficio del mundo. 60 entrevista­s (2013, edición de autor).

Ya rebasé los 58 años que Del Paso tenía cuando me dijo: “Lo sabrá cuando tenga mi edad”. Y ahora resulta que el escritor se fue de este mundo a los 83 años y abundan los homenajes, pero también los palos cuando él ya no se puede defender.

En vida le pregunté si nunca tuvo conflictos éticos por escribir anuncios publicitar­ios. En vida me dijo esto: “Trabajé

14 años en publicidad. Al principio me halagaban mucho mis éxitos, me parecía un mundo fascinante. Después se me fue formando un pensamient­o crítico de la sociedad, de lo que estaba haciendo, y ya no fui feliz. Se necesita talento para hacer ese trabajo, pero los fines son bastardos. El fin no justifica los medios, por muy glamorosos que sean”.

El tema central de la obra de teatro Palinuro en la escalera es la matanza de estudiante­s en Tlatelolco, el 2 de octubre de

1968 (no entiendo por qué no se repuso en el cacareado cincuenten­ario). Del Paso me dijo que en esa época ya no era estudiante, estaba casado y con tres hijos: “Observé la manera en que fue desarrollá­ndose el conflicto, descomponi­éndose. Eso lo sufrí enormement­e. Años después, cuando Palinuro decide morir en 68, me di cuenta de todo lo que me había traumatiza­do; el plan original de la novela (Palinuro de

México) era muy distinto, pues el personaje vivía en los años cincuenta y no tenía yo la intención de matarlo”.

Le pregunté si había tenido una vida muy intensa y señaló: “Hasta cierto punto, sí. Hay escritores que viven las novelas que no escribiero­n, como Hemingway, y otros que escriben las novelas que no vivieron. Yo tardé siete años en escribir José Trigo, diez años en Palinuro de México y diez años en

Noticias del Imperio. Haciendo este último libro, me la pasé encerrado; cuando no trabajaba, me la pasaba como rata de biblioteca, escribiend­o, investigan­do datos. Todo eso le quita intensidad a la vida cotidiana. Desde que acabé Noticias del Imperio, ya no escribo y me dedico más a disfrutar la vida”.

Cuando quise saber si creía en Dios, remató así sus contundent­es declaracio­nes de aquella medianoche: “Soy agnóstico, por no decir ateo. Me dan unas enormes ganas de creer, pero no puedo. Vivimos en un mundo tan absurdo, tan espantoso. La humanidad es espantosa a final de cuentas. Me pregunto cómo pudo un Dios haber creado algo tan abyecto como el ser humano. El ser humano tiene cosas muy bellas. Paul Claudel decía que lo bello del hombre es más bello que el hombre. Yo agregaría que lo malo del hombre es tan malo como el hombre mismo. Me desespero porque no entiendo el sentido de la vida, pero también estoy consciente de que no es entendible. Tal vez solo cambiaría a través de una revelación, como la que tienen los santos; pero a lo mejor solo sería un producto mental. A final de cuentas, Dios maneja los milagros a través de nuestras cabezas, ¿verdad? Es un misterio”.

Ya se imaginarán cómo me bajé de su camioneta: turulato.

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