“Detrás de las desesperadas migraciones está la carencia de gobernanza global”
En la Vigésimo Sexta Asamblea General del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), celebrada el fin de semana pasado en Buenos Aires, se respiró un ambiente de urgencia y responsabilidad. Esto, sobre todo, a partir de las propuestas expresadas por las tres personas que compitieron para asumir próximamente la Secretaría Ejecutiva de CLACSO. Me refiero a Alejandro Grimson, Karina Batthyany y Luis Bonilla-Molina.
No es para menos. Los desafíos de quienes cultivan este campo son muy complicados. Hoy, el viejo sueño ilustrado de poner bajo control racional a la historia, luce más lejano que nunca.
El mundo vive un deterioro político, social y moral de tal magnitud que la estabilidad global está en vilo, la convivencia democrática al interior de las sociedades se ha cuestionado, y la promoción de modelos económicos sustentables e incluyentes aparece plena de dificultades.
Entre Trump, el Brexit y la creciente presencia en Europa de expresiones electorales de extrema derecha, existe una clara línea de continuidad. Incluso si estas manifestaciones de extremismo no existieran, es suficiente la crisis humanitaria provocada por los migrantes que a diario intentan cruzar el Mediterráneo para hacer evidente el tamaño de las fallas inherentes al orden económico global.
Lo que está detrás de estas desesperadas migraciones —guerras civiles, inestabilidad política en regiones enteras y destrucción de la esperanza para millones de personas— es la carencia de gobernanza global o algo que se le parezca y provoque un mínimo sentido de orden en el mundo.
En vez de ello, tenemos rivalidades nacionalistas crecientes, guerras comerciales, y hasta la amenaza de que la carrera armamentista de las grandes potencias se salga de control. Las consecuencias de la carencia de gobernanza global son múltiples y casi inaprehensibles para el análisis; además, las causas que las explican lucen escurridizas para el intento de comprenderlas. Por si eso no bastara, las posibilidades de que surjan fuerzas políticas ilustradas con posibilidades de revertir esta situación, por lo menos en el corto plazo, lucen muy escasas.
En los países latinoamericanos, el dato más relevante no es la llegada de gobiernos neoliberales con el propósito de revertir los varios lustros de administraciones socialdemócratas o de centro-izquierda que tuvimos (con el caso mexicano como una de las principales excepciones). La novedad, aún más inquietante, es el arribo de mandatarios abiertamente reacios a construir sociedades incluyentes, respetuosas de la diversidad, y dispuestas a promover el respeto a los derechos de todos los ciudadanos.
El caso más significativo de insensibilidad frente las naturales diferencias culturales se presenta en el país de mayor peso específico regional: Brasil, que con la reciente elección presidencial de Bolsonaro parece abandonar, de manera radical, los tiempos de la izquierda hecha gobierno en Brasil, y echarse en brazos de un irracionalismo político y cultural sin punto claro de llegada.
Lo que está detrás de estas desesperadas migraciones es la carencia de gobernanza global
Éste parece ser el signo de la época en muchos sitios del mundo: gente común que prefiere escoger el derrotero de la exclusión al diferente y la exaltación de lo que consideran como los valores que les dan identidad y pertenencia. Lo paradójico es que la democracia sirve para encumbrar a políticos sin valores democráticos que, por la vía de los hechos, se propone traicionar su esencia.
México ha sido mencionado, por los candidatos a dirigir CLACSO, como una puerta de esperanza. El triunfo de López Obrador es saludado como la posibilidad de que nuestra nación —de innegable presencia política y cultural en el subcontinente— vaya a contrapelo de la tendencia que ahora se impone en muchos sitios de América Latina.
Todo esto me hacer pensar en el predicamento de quienes se dedican a estudiar los asuntos sociales y públicos. Lo conversé con un colega y amigo de la Universidad de San Martín, llamado Pepe Casco: el problema más acuciante de los intelectuales de hoy, coincidíamos, es no caer presa ni del tecnocratismo o la especialización disciplinar que los exime de comprender los problemas en su conexión con la forma en que las sociedades se organizan, por una parte, ni de la ideologización o el militantismo en que muchos se refugian para construir de manera ficticia en un mundo sin contradicciones, complicaciones y paradojas.
En un punto, Casco hizo un comentario esencial: hay que ponernos a estudiar de nuevo, asumir que sabemos casi nada de todo, pensar otra vez, con humildad... Y revisar nuestros errores, imaginar nuevas perspectivas... Hacerlo es fundamental porque hay una conexión entre la debilidad de la democracia y la derrota de las perspectivas intelectuales serias, rigurosas, no ideológicas y comprometidas con la verdad científica. Este es el desafío de CLACSO y de todos los que tenemos que ver con las ciencias sociales.