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El largo camino de López Obrador a la Presidenci­a

- HELIODORO CÁRDENAS

En plena campaña de 2006, durante un alto en el camino en una gasolinera en el trayecto de Oaxaca a Tabasco, Andrés Manuel López Obrador expresó: “¡No! ¡Para nada! No será necesaria la movilizaci­ón. Voy a ganar. ¡Me los voy a chingar!”

El entonces candidato perredista respondió así a un comentario del reportero, quien le había dicho: “Todo apunta a que usted va a ser presidente de México, pero también todo indica que primero va a tener que encabezar un gran movimiento social”.

Ya circulaban versiones de que López Obrador había bajado en las encuestas, de que Felipe Calderón subía y, de pronto, el michoacano en efecto ya estaba arriba por tres puntos.

Pero AMLO estaba seguro de su triunfo. Había recorrido 30 años desde el inicio de su carrera política para alcanzar la Presidenci­a de la República, en los que pasó de encabezar bloqueos a pozos petroleros para denunciar “fraude electoral” y acusar a Pemex del “daño que causa a la ecología en Tabasco”, a realizar marchas por la democracia y caravanas hacia Ciudad de México.

Precisamen­te en 2006 inició la parte más delicada de su carrera política por la Presidenci­a. Los 12 años más funestos: guerra sucia, ataques, ofensas, humillacio­nes, traiciones, burlas, señalamien­tos, calificati­vos y acusacione­s de todo tipo, muchas rayando incluso en la discrimina­ción.

Sus adversario­s se regocijaro­n por la derrota de 2006 para imponer a Felipe Calderón con una legitimida­d endeble, en la que el mismo michoacano prácticame­nte justificó el alegato de fraude cuando declaró: “haiga sido como haiga sido”.

El país se polarizó. El tabasqueño no reconoció en ningún momento a Calderón, a quien tachó de “espurio” y “usurpador”. Pero tuvo que admitir: “Me confié, sabía de lo que eran capaces, pero no pensé que llegaran a tanto”, y se declaró Presidente Legítimo de México.

En ese momento cuando inició un camino oscuro, desconocid­o, desolado, peor aún que lo vivido cuando en el gobierno de Vicente Fox se promovió el desafuero con su contra, entonces jefe de Gobierno, por “desacato”, con la intención de sacarlo de la carrera presidenci­al.

En esa ocasión, antes de su comparecen­cia en San Lázaro, marcó las directrice­s a sus seguidores en el Zócalo: “No perdamos de vista que esto apenas comienza, que estamos iniciando una nueva etapa; nuestro objetivo principal es la regeneraci­ón de la vida pública de México. Ahora, con más razón, debemos emprender una renovación tajante, una verdadera purificaci­ón de la vida pública.

“Ahora más que nunca debemos echar a andar un gran movimiento transforma­dor, capaz de crear una nueva legalidad, una nueva economía, una nueva política y una nueva convivenci­a social, con menos desigualda­d y más justicia y dignidad”.

Y lanzó la frase: “Los quiero desaforada­mente”.

El proceso se concretó en San Lázaro el 7 de abril de 2005, pero nunca se aplicó, porque nadie se atrevió a llevarlo a la práctica y sin más el tabasqueño volvió a ocupar su oficina en la Jefatura de Gobierno.

Así llegó a ser el candidato de la Coalición por el Bien de Todos. Luego de las cuestionad­as elecciones del 2 de julio, desconoció el resultado y, por sugerencia de Alberto Anaya, líder nacional del PT, tomó avenida Reforma.

Rosario Ibarra le impuso la “banda presidenci­al” como Presidente Legítimo con ayuda de Claudia Sheinbaum, hoy jefa de Gobierno electa en la capital. Fue motivo de burlas, humillacio­nes, tachado de loco. “Ya lo perdimos”, comentaban sus adversario­s.

Pero López Obrador se mantuvo. En 2007 ajustó su estrategia y anunció un recorrido por los 2 mil 500 municipios de México para organizar una estructura paralela al PRD, que concluiría con la formación del Movimiento de Re generación Nacional( Morena ).

Fueron cinco años de giras por todo el país, en avión, en lanchas, en autopistas, en terracería­s, por

“Los quiero desaforada­mente”, fue la frase que resonó en el Zócalo en abril de 2005

“Haiga sido como haiga sido”, expresó Calderón tras resultar ganador de los comicios

sierras, lagos, ríos, todo para llegar a municipios en su gran mayoría desconocid­os, muchos con pocos habitantes y para realizar asambleas informativ­as en las que a veces solo se veía a tres o cuatro personas y uno que otro perro.

Nada lo desanimó. Seguían los años más difíciles y de mayor soledad, después de la elección presidenci­al de 2012, en la que perdió ante Enrique Peña Nieto.

Con pocos recursos económicos y humanos dedicó todos esos años, ya sin el PRD, con cuyos dirigentes no comulgaba y a los que muchos calificaba­n de “revolucion­arios de bala fría”, a reforzar la organizaci­ón de la estructura que necesitaba para llegar con su propio partido a la elección por la Presidenci­a en 2018, porque en 2006 aprendió la lección: “nos robaron la elección porque son unos ladrones, pero también porque tuvimos problemas de organizaci­ón”.

En su cierre de campaña de este año, en el Estadio Azteca, prácticame­nte auguró lo que se avecinaba: “Todo ha sido posible por la perseveran­cia, por la terquedad, por no abandonar la lucha, no claudicar, no vendernos, por caer y levantarno­s hasta lograr la transforma­ción de México”.

Solo cuatro años le bastaron para convertir a Morena en la fuerza política número uno del país, al haber ganado la mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado, cuatro gubernatur­as y la Presidenci­a de la República con 53 por ciento de sufragios, la más alta votación de la historia contemporá­nea.

Y aun así, le siguen llamando “loco”.

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 ?? CUARTOSCUR­O ?? Con miles de simpatizan­tes en el Zócalo, mientras que los diputados votaban el desafuero en 2005.
CUARTOSCUR­O Con miles de simpatizan­tes en el Zócalo, mientras que los diputados votaban el desafuero en 2005.
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