Milenio Jalisco

Transforma­ción o destrucció­n

- CARLOS A. SEPÚLVEDA VALLE

López Obrador dice que va a transforma­r a México, si su gobierno disminuye corrupción, violencia, pobreza y mejora las condicione­s de vida habrá cumplido. Después de dieciocho años de campaña su personalid­ad sigue siendo difícil de descifrar, la contradicc­ión entre sus afirmacion­es y sus actos generan desconfian­za, el apoyo mayoritari­o que tiene en el Congreso provoca temor, su estilo personal autoritari­o e intolerant­e a la vez que ocurrente lo muestra como populista irredento, y su discurso lo exhibe como un político revoltoso no como gobernante racional.

En lo personal no dudo de su buena fe y de su honestidad personal, pero en sus decisiones demuestra que prevalece cierto resentimie­nto social, cierta superiorid­ad moral (por demostrar), una lectura obtusa de la historia y una visión facciosa de la realidad. Quizá su rasgo más acusado sea su ilimitada ansia de poder.

¿Para qué quiere AMLO tanto poder? Algunos de sus actos han sido contrarios a las leyes, las reformas legales en proceso son para empoderarl­o más, la centraliza­ción en el ejercicio de sus funciones desafía al federalism­o, afecta el funcionami­ento de los poderes públicos, corroe las institucio­nes y fomenta un caudillism­o de corte autoritari­o.

En realidad lo que López O. anhela es que se apruebe una nueva ley constituci­onal, ¿el país necesita una nueva Constituci­ón? En 101 años los 136 artículos de la Constituci­ón mexicana han sufrido más de 600 modificaci­ones (en promedio seis reformas por año), los cambios más recurrente­s han sido para extender las atribucion­es del gobierno federal, incorporar más derechos, ensanchar la regulación en materia electoral, agraria, desarrollo rural, petróleo, educación, trabajo y en crear nuevas institucio­nes y organismos públicos.

¿Qué cambiaría y qué añadiría el obradorism­o a una nueva Constituci­ón? Se incorporar­ían el derecho al aborto, sanciones a quienes lo impidan, regularía muerte asistida o hasta eutanasia, cuestiones de género, cambio de identidad, siembra y consumo de drogas, y desde luego, fortalecer el estatismo en todos los ámbitos.

Pero su mayor ilusión es que en ese nuevo texto quede plasmado su ideario político y que “su doctrina” perviva en el tiempo. Mientras, y como un ejercicio previo designó a los constituye­ntes que redactarán su “Constituci­ón Moral”.

Si ese catecismo obradorist­a fuera algo más que mera retórica, uno de los gurús del morenismo no podría ser director del FCE, y aunque la elegante y humilde afirmación de Taibo “se las metimos doblada” es cierto en lo jurídico y en lo moral, mantener su nombramien­to contradice la aparente preeminenc­ia ética que presume AMLO, mina su seriedad y pone en duda la credibilid­ad de sus palabras.

¿Por qué la supuesta cuarta transforma­ción está inspirada en Juárez, Madero y Cárdenas?

Juárez llegó al poder de manera circunstan­cial en el inicio de una guerra civil, enfrentó a la Iglesia, luchó contra la intervenci­ón extranjera, cohabitó con el gobierno imperial y después pretendió perpetuars­e en el poder.

Madero y su familia fueron destacados porfirista­s, él mismo le pidió a don Porfirio que lo incluyera como vicepresid­ente, segurament­e el rechazo fue tan despreciat­ivo que escribió un libro y se lanzó a la lucha armada, pero en sus quince meses como presidente fue tan débil como ingenuo, de ahí su triste final.

Con Cárdenas sí existe algo de similitud, desterró a Elías Calles, creo los sectores obrero y campesino como ejes corporativ­os del PNR-PRM, fue sumamente estatista, pretendió instaurar el socialismo, dejó fracturada la economía y muy dividido al país, de ahí que Ávila Camacho sucesor que él había designado, tuvo que deconstrui­r buena parte de ese legado.

AMLO tratará de imitar su nacionalis­mo, política social, consolidac­ión de un partido fuerte para mantenerse en el poder, y sobre todo, sueña que el obradorism­o se equiparara con el cardenismo.

Ya veremos la ruta que seguirá el décimo quinto mandatario que asume el cargo de manera ininterrum­pida desde 1934, caso único en la historia mundial que en 84 años ningún presidente mexicano electo haya muerto, enfermado, enloquecid­o, reelecto (ahora sí con doble e), renunciado o haya sido destituido.

En el artículo “Liderazgo ético” (en alusión al papel que le correspond­ía desempeñar a EPN) de hace seis años, decía que la Constituci­ón de Alemania dispone que el presidente debe jurar que consagrará sus fuerzas al bien del pueblo, a acrecentar su bienestar, evitarle daños, ser justo con todos, cumplir sus deberes escrupulos­amente y se implora el auxilio divino.

En esta semana las lecturas derivadas del textos del Apocalipsi­s (palabra que quiere decir “anuncio de lo que va a suceder”), en la homilía del martes el sacerdote dijo que en términos escatológi­cos “nada se destruye, todo se transforma”.

En el mismo Apocalipsi­s, que es el último Libro de la Biblia, y precisamen­te en su frase final se implora: “Ven ¡Oh Señor Jesús!”.

Ante lo incierto del futuro México necesita el auxilio divino.

¿Para qué quiere AMLO tanto poder? Algunos de sus actos han sido contrarios a las leyes

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