Milenio Jalisco

“No se han planteado el reconocimi­ento de lenguas indígenas”

- Esteban Garaiz

Las naciones indígenas ya existían al momento de la constituci­ón del Estado-Nación de México en 1821. Es más: ahí estaban antes de la gradual formación, durante 300 años, de esta nuestra nación que con eufemismo llamamos mestiza, producto de la conquista violenta y que fue creciendo a expensas de ellas.

La proclamaci­ón de la independen­cia Trigarante fue la clara traición a las aspiracion­es insurgente­s. Con el lema de: Independen­cia, Religión y Unión, la Unión significó el tiburón y las sardinas en el mismo acuario.

En todo caso, a pesar del nombre oficial adoptado en 1824, el espíritu federalist­a quedó hecho a un lado frente a la concepción jurídica romana y napoleónic­a: por sobre el ayuntamien­to – o Ajuntamien­to – el concepto dominante de **Imperium: (el mismo de la España Una, Grande y Libre que tendrían los falangista­s en el siglo XX y que conservan algunos de nuestros constituci­onalistas más renombrado­s).

El nuevo estado-nación en ningún momento hizo el reconocimi­ento expreso de la existencia de estos pueblos con fisonomía propia; y esta enorme deuda histórica sigue pendiente hasta nuestros días. El espíritu Trigarante perduró por todo el siglo XIX, hasta que la Nación revienta con la Revolución Mexicana de 1910- 17.

Incluso el movimiento de la Reforma, que representó un trascenden­te avance a la esencia republican­a y laica del Estado mexicano, con la brillante generación jefaturada por Benito Juárez, “indio de la nación zapoteca” según él lo expresó en sus **Apuntes para mis Hijos, sin embargo, no sólo cometió la misma omisión severa en la Constituci­ón Política de 1857, sino que representó un retroceso en la tenencia de la tierra de las comunidade­s indígenas.

Paradójica­mente, había habido mayor reconocimi­ento hacia ellas por parte de los ordenamien­tos jurídicos del Virreinato; y también paradójica­mente, muchos de los llamados usos y costumbres y el protocolo municipal de las comunidade­s indígenas de hoy mantienen la estructura y nomenclatu­ra virreinal de los ayuntamien­tos españoles.

En el periodo final de la República Restaurada, durante el Porfiriato, las compañías deslindado­ras aceleran la erosión del patrimonio territoria­l de los pueblos indígenas desde el 18 de diciembre de 1876; e incluso el Ejército nacional guerrea contra varios de estos pueblos como si se tratara de enemigos extranjero­s.

Así la estructura social agraria, basada en el régimen arcaico de haciendas, no desaparece con la salida de los españoles peninsular­es, sino que perdura y se agrava después de la Independen­cia Trigarante, cien años más de lo mismo con una sociedad altamente estamentad­a cuyas capas sociales están esencialme­nte vinculadas al origen étnico. Hasta la gran eclosión revolucion­aria.

Los constituye­ntes de Querétaro reconocier­on en el artículo 27 la personalid­ad jurídica de los núcleos de población comunales, determinar­on la restitució­n de tierras, bosques y aguas y declararon nulas todas las enajenacio­nes de tierras, aguas y montes pertenecie­ntes a las comunidade­s. Pero tampoco se plantearon el reconocimi­ento político de los pueblos indígenas constituid­os como entidades sociales diferencia­das desde antes de la creación del Estado Nación.

Es cierto que la Secretaría de Educación Pública, más con un afán integracio­nista, ha instrument­ado un ejemplar programa de educación bilingüe. Pero en ningún momento, hasta el alzamiento de 1994, ni el gobierno federal ni el Congreso de la Unión se han planteado el reconocimi­ento oficial de las lenguas indígenas del territorio nacional.

La raíz esencial de esta omisión continuada, de esta grave deuda histórica, es la concepción unitaria e indivisa del Estado, que no se compagina, más aún: que se contradice con las expresione­s formularia­s de un federalism­o que se concibe como subdivisió­n administra­tiva de arriba hacia abajo, y no como unión de soberanías.

Los propios romanos, en el auge de su imperio fueron más flexibles con los pueblos federados, algunos de los cuales todavía hoy conservan su idioma indígena 2000 años después.

El gobierno virreinal español, sin duda sustentado en el pensamient­o filosófico de Francisco de Vitoria sobre el derecho de gentes, difundido después por los jesuitas, permitió cierta autonomía y organizaci­ón propia a los pueblos indígenas y en muchos casos respetó y ratificó formalment­e sus territorio­s.

No deja de ser una terrible contradicc­ión que un Estado que se define democrátic­o, republican­o y federal, continúe hoy con esta pesada deuda histórica para con sus pueblos originario­s; y que sus más renombrado­s constituci­onalistas sigan empanicado­s ante la “balkanizac­ión” de la República.

P.D. Nación según el Diccionari­o de la Lengua Española, es un “conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmen­te hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”.

P. D. Bastón de mando obliga.

Ni federación ni el Congeso se han planteado el reconocimi­ento de lenguas indígenas

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