Milenio Jalisco

Qué nos ofrecen la 4T y la refundació­n

- Augusto Chacón

Con quién te quedas, con melón o con sandía? A la víbora, víbora de la mar, de la mar, por aquí pueden pasar, los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán… tras, tras, tras. La hilera serpentean­te de infantes gozosos pasaba bajo el arco que formaban las dos únicas opciones; no soltar al de adelante y no ser el del final y luego, elegir para formar los bandos, melón y sandía, sólo uno ganaba. Sólo unos pocos ganan en ese mismo juego, pero en la versión para adultos (aunque quizá sea mucho presumir) en la que no se elige, te eligen, según opines, según la realidad a la que estés prendido, según alguien más decida debes decidir. En el punto en el que estamos, hasta donde nos es dado ver a las facciones actuar, hay malos conocidos, o al menos unos que sospechamo­s son malos (prima la presunción de inocencia), buenos por conocer y la masa ondulante forzada a pasar bajo el arco que los primeros y los segundos, con las manos entrelazad­as, construyen: campanita de oro, déjame pasar, con todos mis hijos menos el de atrás, tras, tras, tras; será melón, será sandía. El triunfador de la lucha pueril era el partido, melón o sandía, que se mantenía en pie, luego de que unos tiraban de la cuerda hacia un lado y los otros en sentido contrario; es igual en la batalla madura, sólo que la cuerda metafórica de la que tiran es el país, con todo y su gente.

En 1975 se filmó la película Las fuerzas vivas, de Luis Alcoriza, con guión de él mismo a partir de una narración que creó junto a Juan de la Cabada. Obtuvo varios premios. El asunto se desarrolla en el ámbito de la Revolución mexicana vivida en un pueblo que contiene la versión local de las banderías enfrentada­s en el magno suceso histórico nacional. El actor Héctor Ortega personific­a al maestro, quien, por supuesto, es favorable al levantamie­nto y trata de convencer al sargento, interpreta­do por José Chávez Trowe, de pasarse a las filas de quienes quieren cambiar el estado de cosas; el diálogo es estupendo, es atemporal, se gritan de un lado a otro de la calle, el sargento y su piquete están parapetado­s en una casa, ¿la cárcel?, apuntan con sus armas al maestro, y a sus acompañant­es, quien les dice: “No pueden oponerse a la revolución, ustedes también son pueblo”, a lo que el militar responde, casi para sí mismo pero lo escuchan los otros tres soldados: “Ah, pos eso sí, pueblo sí semos”; uno de ellos re- vira: “pero ante todo, semos militares”, a lo que otro repone: “a fuerza, nos agarraron a güevo, quezque de leva”; ya encarrerad­os, el sargento recuerda: “para que luego el coronel (Chucho Salinas) se raje como vieja y nos abandone de al tiro.” El herrero (David Reinoso), está junto al profesor, urge a los que percibe dudosos, hay un resquicio en la lealtad del oficial: “qué pasó, sargento, qué pasó”; el aludido reacciona: “¿qué nos ofrece la revolución?” Es el momento cumbre del educador: “garantías, libertad, justicia”. “Póngamela en centavos, maistro”. Se hace un silencio, como si el ilustrado mentor se hubiera quedado sin argumentos; el herrero salva la situación: “les reconocemo­s la paga que les deben”; casi de inmediato, el sargento negocia: “peseta semana más a cada uno y nos pasamos con astedes”. “Juega -contesta el herrero- abran para que reciban el abrazo del pueblo.” Así hacen. Pero no termina ahí la película, tampoco la Revolución. Qué nos ofrecen la cuarta transforma­ción y la refundació­n, melón o sandía; póngamela en centavos. Federalism­o o centralism­o; póngamela en el fin de la violencia, de la pobreza. Pueblo sí somos y no sería raro, otra vez, que los de atrás se quedaran por voluntad de los que corren mucho, de los que marcan el linde entre melón y sandía, entre centrales y federales que cíclicamen­te se rajan de al tiro y se intercambi­an: las sandías se hacen melones y viceversa; para ellos, y ellas, es nomás cosa de recomenzar el juego, al pergársele­s la gana, mientras el pueblo, a la vuelta y vuelta… póngamela a la víbora de la mar.

Qué nos ofrecen la cuarta transforma­ción y la refundació­n, melón o sandía

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