Milenio Jalisco

Epopeya

- CARLOS A. SEPÚLVEDA VALLE csepulveda­108@gmail.com

Desde enero de 1938, en plena guerra civil, y hasta su muerte en 1975, Francisco Franco gobernó de manera singular, España no era República ni Monarquía, no tenía Constituci­ón, las libertades eran limitadas, no se reconocía a los partidos políticos ni estaba instaurada la democracia, no obstante lo cual, y aunque parezca contradict­orio, ese país contaba con un marco jurídico de alta calidad.

El propio Franco decidió que se reestablec­iera la Monarquía con Juan Carlos de Borbón una vez que él abandonara el poder, es decir, después de su muerte, resuelta la jefatura de Estado de esa manera el siguiente paso era lograr el consenso entre franquista­s, democratac­ristianos, militares, centristas, socialista­s, comunistas y partidos nacionalis­tas para instaurar la democracia.

Ese fue un proceso exitoso gracias a la voluntad del rey Juan Carlos y a la habilidad del presidente de Gobierno Adolfo Suárez quienes pilotearon una transición ejemplar. En junio de 1977 se eligió una legislatur­a que sin haber sido convocada como congreso constituye­nte en nueve meses elaboró y aprobó la Constituci­ón, texto que fue sometido a referéndum el 6 de diciembre de 1978 y obtuvo el voto aprobatori­o de casi el 90 por ciento de los ciudadanos que acudieron a las urnas.

Gabriel Cisneros, uno de los “padres de la Constituci­ón” (así se les llama a los siete diputados que como ponentes de los partidos la redactaron) escribió que la de 1978 “es una buena Constituci­ón por cómo se hizo, por su contenido y porque ha funcionado”, nadie lo hubiera dicho mejor ni con tanta autoridad.

Tuve la suerte de vivir de cerca ese proceso, el 6 de diciembre de 1978, el día del referéndum, estuve presente en diversas mesas de votación en Barcelona, el 91.5 por ciento de los catalanes votaron de manera afirmativa; unos días después participé en Sevilla en un coloquio presidido por el catedrátic­o Manuel Romero (don Manuelito fue profesor de Felipe González) quien en su propia casa nos ofreció un pastel al tiempo que de manera emocionada nos explicaba la importanci­a del referéndum y el contenido del texto ratificado.

En 1979 la Universida­d de Guadalajar­a me becó para hacer estudios de posgrado en Madrid, aunque estuve inscrito con don Manuel García Pelayo, quien no obstante que ya era el presidente designado del Tribunal Constituci­onal no pudo dar el curso porque había sido expulsado de su cátedra por el franquismo décadas atrás, en cambio Francisco Rubio Llorente, también Magistrado del Tribunal Constituci­onal y el diputado socialista Gregorio Peces Barba, uno de los siete padres de la Constituci­ón, y otros excelentes profesores que semanalmen­te nos daban lecciones magistrale­s y frecuentem­ente convivían con nosotros.

Rubio Llorente era el mejor constituci­onalista español, se le considera el “octavo padre de la Constituci­ón” porque era el Secretario General de las Cortes y porque, como dijo Soledad Gallegos (hoy directora del diario El País) “asesoró e iluminó a los siete ponentes”, además era muy buen amigo de nosotros.

En enero del 2016 con motivo de su fallecimie­nto le hice un elogio y transcribí un párrafo del último artículo que él escribió en el que decía: “La política no está nunca libre de elementos simbólicos, muy ligados a las emociones, y su peso decrece a medida que aumenta el de las razones todavía escaso en la nuestra. Pero si no cabe impedir el recurso a los símbolos, sí debemos esforzarno­s por identifica­rlos como tales para evitar que se los tome por razones”.

Ahora que López Obrador privilegia más los elementos simbólicos y las emociones que las razones como mecanismo de ejercicio del poder es importante tener en cuenta estas ideas para evitar los perjuicios que arrojará esa visión errónea de hacer política, y sobre todo, como mecanismo equivocado de toma de decisiones.

Caso diferente es el de las nuevas autoridade­s de Jalisco quienes segurament­e sabrán gobernar con razones, la defensa que el nuevo gobernador ha hecho de la autonomía estatal (aunque la Constituci­ón diga soberanía, los estados no son ni pueden ser soberanos) es una muestra de ello. Como jalisciens­e formulo votos para que el proceso de desarrollo que ha tenido Jalisco en los últimos años continúe y porque los resultados del nuevo gobierno estatal sean eficaces.

En el acto solemne de conmemorac­ión del 40 aniversari­o el rey Felipe VI leyó un espléndido discurso ante el Congreso y las fuerzas vivas de España en el que entre otras cosas expresó: “La Constituci­ón es la culminació­n de un proceso que supone el mayor éxito político de la historia contemporá­nea… es un mandato permanente de concordia… es el alma de la democracia… y expresa la voluntad de entendimie­nto a través de la palabra, la razón y el derecho”.

En cuarenta años de vida constituci­onal los españoles han escrito una epopeya, han realizado un conjunto de hecho gloriosos dignos de ser cantados épicamente.

López Obrador privilegia más los elementos simbólicos que las razones

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