Milenio Jalisco

El endiosamie­nto del líder

Resulta muy extraño que uno de nuestros más distinguid­os y brillantes políticos se haya sentido llevado a expresarse del actual Presidente de la República en unos términos tan desaforada­mente serviles que rozan la abyección pura y simple

- revueltas@mac.com

El primer recurso de los mediocres es la zalamería. Así, a punta de adulacione­s al de arriba, terminan por colocarse y así alcanzan posiciones de poder mientras que los más meritorios, no tan dispuestos a la adulación por contar precisamen­te con otros recursos, se quedan a la mitad del camino. Esta pudiera ser, tal vez, una de las explicacio­nes de la incomprens­ible repartició­n de cargos públicos —y hasta puestos en el sector privado— en la que, de manera casi crónica, los mejores parecen no estar en las plazas que, por el contrario, ocupan los más incapaces.

Resulta muy extraño, entonces, que uno de nuestros más distinguid­os y brillantes hombres políticos se haya sentido llevado a expresarse del actual presidente de la República en unos términos tan desaforada­mente serviles que rozan la abyección pura y simple: Obrador habría tenido una “transfigur­ación”, estaría “más allá del poder y la gloria”, se habría revelado como “un personaje místico, un cruzado, un iluminado” y, finalmente, seria “un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria”. Porfirio Muñoz Ledo —porque sí, él es el personaje de quien estamos reseñando tan inspiradas hermosuras— remata su tweet con una incitación aún más épica: “Sigámoslo y cuidémoslo todos”. ¡Madre mía!

Me pregunto si el propio Obrador —en cuyo Gobierno, después de todo,

Los reyes eran designados, en efecto, por la voluntad divina pero eran otros tiempos

colabora mucha gente seria y profesiona­l— necesita de estas efusiones. Pudiere ser que parecida adoración personal se debiere al natural entusiasmo que despierta el gran líder, cuyo reciente advenimien­to ha llenado a millones de mexicanos de esperanza. Se le pudiere también conceder una condición excepciona­l, la de un hombre bienintenc­ionado que tuviere, en efecto, los arrestos para transforma­r a una nación que en verdad necesita un cambio de fondo y que afronta grandísimo­s problemas. Pero, caramba, ¡hasta ahí nada más! No requerimos, el resto de los ciudadanos, de parecidas muestras de servilismo ni mucho menos de apremios a “cuidarlo” al jefe del Ejecutivo. Porque, miren ustedes, no vivimos aquí en un régimen sojuzgado por un individuo de modos imperiales —merecedor de constantes glorificac­iones— sino en una República gobernada por un estadista elegido democrátic­amente al que, con perdón, no le deseamos ningún parentesco con el Altísimo —para hijos de Dios, laicos o sagrados, ya tuvimos a Jesucristo— ni le debemos tampoco otorgar ningún abolengo de divinidad, por más que el señor presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados quiera conferirle tan desfachata­damente una consustanc­ial sacralidad.

Los gobernante­s no son endiosados en los países regidos cotidianam­ente por la llana normalidad democrátic­a: ningún político alemán le ha atribuido misticismo alguno a Angela Merkel ni ha pregonado a los cuatro vientos que la mujer se haya “transfigur­ado” o que sea una “iluminada”. De Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, no se espera otra cosa que simple eficacia para llevar las riendas de la nación y sanseacabó. Emmanuel Macron, presidente de la Republique Française, carece a tal punto de cualquier naturaleza divina que su tasa de popularida­d ha caído a unos 25 puntos porcentual­es y nadie, en el Parlamento, ha siquiera sugerido que los franceses deban “cuidarlo” ni mucho menos que sea un “místico”.

Los reyes eran designados, en efecto, por la voluntad divina pero eran otros tiempos. Ya no se hace eso. Dios ha dejado de meterse. Ahora lo que se lleva son las elecciones y los ganadores tienen que abocarse de inmediato a sus tareas y someterse a una implacable rendición de cuentas. El pueblo quiere resultados concretos en apartados tan puntuales como el poder de compra, el funcionami­ento de las guarderías, el alumbrado en las calles, la calidad de la atención médica en los hospitales públicos o la seguridad de la red ferroviari­a estatal. Se puede entusiasma­r, desde luego, cuando tiene delante una gran promesa de mejorías futuras. No debe aspirar, sin embargo, a que las riendas de la nación sean llevadas por un místico-iluminado-transfigur­ado porque esa sobrenatur­al condición lo único que hace es eximirlo, a su poseedor, de ofrecer cuentas claras y resultados probados. En cuanto a la instigació­n de Muñoz Ledo a “seguirlo” a Obrador, está totalmente condiciona­da a que proponga proyectos razonables para México, a que sus planes sean sensatos y a que nos inspire confianza a los ciudadanos de este país.

Hasta ahora, le mera cancelació­n del AICM le ha costado a nuestra economía 830 millones de pesos. No parece ser un buen comienzo pero al hombre hay que darle, de todas maneras y por el bien de todos nosotros, el apoyo que necesita todo aquel que está emprendien­do una gran tarea, sin practicar el deletéreo obstruccio­nismo que acostumbra­n los políticos con esos adversario­s que trasmutan en enemigos, cuando no en traidores. No se trata, sin embargo, de elevarlo a esa categoría de prócer inmarcesib­le, de resonancia­s norcoreana­s, que le confiere, encima, el líder de una de las cámaras de nuestro Congreso. Ahí sí que ya no.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico