Alfaro-AMLO: ¿el uno sin el otro?
La toma de posesión del gobernador Enrique Alfaro Ramírez confirmó su proyecto general para el sexenio pero, a la vez, dejó algunas dudas importantes sobre la forma en que se manejará la vinculación de su administración con el gobierno federal de Andrés Manuel López Obrador. La verdad es difícil pensar en que, como lo aseveran algunos medios nacionales, el nuevo Ejecutivo jalisciense se convertirá en el principal “opositor” al régimen. La discrepancia sobre algunos puntos no convierte a un político en rival y menos enemigo de otro. Lo que más bien parece es un posicionamiento a no ceder fácilmente a cuestiones planteadas desde el centro y que de manera obvia sí puedan constituir un exceso de poder presidencial e injerencia en la autonomía de las entidades federativas.
A la fecha ninguno de los demás gobernadores, incluyendo los panistas, parecen haber asumido una postura tan clara en este sentido ya que en la misma reunión de la Conago se actuó con mucha discreción hasta que Alfaro –todavía en calidad de electo-, puso el tema sobre el tapete, lo que llevó a López Obrador a establecer que los llamados “superdelegados” no intervendrán como figura dominante en el secretariado de las mesas de seguridad. Fue un triunfo indiscutible para el hoy mandatario de Jalisco ya que, por sabido se da, el asunto iba encaminado a empoderar a quien fuera su contrincante electoral, Carlos Lomelí. Mientras tanto es Enrique quien aprovecha los reflectores nacionales para darse a conocer, colocándose como la punta visible en contra de las imposiciones centrales.
Aunque López Obrador esté de manera más que evidente moviendo piezas ya desde ahora para ir abriendo el camino a su partido hacia la conquista de más influencia política en entidades como la nuestra, -igual que lo está haciendo en el estado de México donde un menos renuente y hasta conciliador Alfredo del Mazo aceptó sin más la pretensión de una intervención similar de Delfina Gómez-, lo cierto es que Enrique Alfaro tiene muy presente que el posible avance de Morena en Jalisco podría significar el debilitamiento del proyecto de Movimiento Ciudadano. Entonces, seamos sinceros, en el fondo de un tema que se aprecia como defensa de la soberanía, hay implícita una lucha frontal entre las corrientes por ahora más fuertes en el estado.
Tan es así que Alfaro no va a perdonar las actitudes arrogantes de Carlos Lomelí al manifestar que sólo a través de él habría una interlocución con López Obrador. La frustración del ex candidato morenista a la gubernatura debe ser grande en estos momentos ya que su esfera, que seguirá siendo importante, no incluirá aspectos cruciales que impliquen enfrentarse de tú a tú con el Gobernador constitucional. En otras palabras, se desdibuja aquello del gobernador “A” y el gobernador “B”, si bien es de esperar que las cosas no se arreglen tan fácilmente. Sólo hay que recordar que en su primer discurso, Alfaro se fue a la yugular en el asunto de la corrupción en el sector salud y la venta de medicinas a sobreprecio, como para enviar el mensaje de que está dispuesto a investigar a fondo los negocios que ahí pudo haber realizado Lomelí y su empresa de medicamentos.
Sin embargo, aquí lo importante será dirimir en qué forma se manejará la relación entre el Presidente y el Gobernador, entre el gobierno de la República y el del Estado. No dio signos López Obrador de mayor simpatía ni empatía con Alfaro para la toma de posesión. Incluso no tuvo una agenda tan apretada como para no asistir a dicho acto en uno de los estados más importantes del país, lo cual sí que hubiera sido un mensaje de unidad importante. En cambio sí lo hizo a la toma de posesión de su muy leal Rutilio Escandón como nuevo gobernador de Chiapas. La representación de la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero fue digna pero de simple protocolo y, claro está, debieron pesarle a la ex magistrada los señalamientos de que Jalisco colaborará pero no se pondrá de hinojos ante el gobierno central.
¿Significa todo esto una ruptura? ¿Realmente habrá una actitud de confrontación entre ambos gobiernos? Lo más probable es que no. Ambos niveles están comprometidos a cumplir con sus respectivas funciones y, en otras palabras, su coexistencia es parte primordial en ello. Para Jalisco las condiciones no serán tan favorables como en otros regímenes en los que los presidentes “amigos” hicieron todo lo posible por beneficiar al estado. Muchas obras importantes no se hubieran logrado sin esta buena relación. Pero el gobierno federal tiene que ser finalmente equitativo o irá poco a poco pagando las consecuencias. Las preferenciastambiénsehandadoanteriormente y hay muchas que ahora llevan el signo de favorecer a las entidades marcadamente morenistas como en el Sureste. ¿De qué otra forma se entiende que el llamado impuesto de hospedaje que servía a promover turísticamente todo el país, servirá ahora solamente para el proyecto del llamado tren Maya? Y como eso hay muchas cosas más.
No será fácil para Alfaro lidiar con una situación que no comienza con los mejores pronósticos en esta relación pero mucho se irá acomodando en el camino, especialmente cuando los grandes proyectos sólo se realizan con fondos federales. A López Obrador tampoco le conviene una situación que mal hablaría de su posición de gobernante de “todos los mexicanos”. Está más que claro: ni el gobierno federal ni el del estado, ni Alfaro ni AMLO, podrán estar por todo un sexenio el uno sin el otro.
No será fácil para Alfaro lidiar con una situación que no comienza con los mejores pronósticos