De víctimas a verdugos
posible por su poder cuasimonopólico (en el mundo del libro ha ocasionado un cierre de librerías sin parangón), cada vez más gente quisiera renunciar a ser su cliente pero, explicaba el artículo, las exigencias de una vida laboral totalizante, así como el hecho de que en efecto Amazon puede vender más barato que sus competidores, hacen que en términos prácticos millones de personas ya no imaginen la vida cotidiana sin utilizar sus servicios.
Este dilema me pareció el ejemplo perfecto de cómo el actual sistema socioeconómico nos convierte a todos tanto en sus víctimas como en los verdugos que hacen posibles sus excesos, sin que la acción individual, por más que tenga un componente ético-simbólico, tenga ningún impacto real para frenar la rapacidad de las megacorporaciones que destruyen tanto el tejido social como la propia naturaleza. El problema es que, aunque conozcamos los hechos, las distintas combinaciones (según cada caso) de comodidad y necesidad nos vuelven cómplices de los horrores que luego denunciamos indignados en las redes sociales. Y es que con el reemplazo de la idea de ciudadanos por la de