La admirable Tremenda Corte
Con el mismo estilo dudoso y confuso que los agradecimientos de Martha Erika al Tribunal por salvar la democracia poblana (la verdad, no se sabía que existía tal cosa), la Suprema Corte de Justicia de la Nación mandó un tuit que muy probablemente haya redactado Chumel Torres por su falta de corrección, estilo y de capacidades para lo que viene siendo el 2+2 igual a 4. Si lo que se pretendía era explicarle al populacho enardecido que los ministros cobran lo que dicen que cobran (un modesto sueldo de 600 mil pesos, según los envidiosos), no hubiera sido mala idea, primero, que sumaran bien las cuentas, los sobresueldos, los estímulos, los premios y bonos que se les otorga por ley a estos seres de luz y de justicia; y segundo no utilizar a voceros con tan poca credibilidad y dados a los arrebatos como Fernanda Familiar que, tristemente, solo pasó los documentos sin membrete para demostrar que los miembros de la Tremenda
Corte viven al nivel de los migrantes hondureños, pero olvidó sumar también los emolumentos que se les otorgan hasta cuando se les aparece un sabañón en el dedo gordo del pie derecho.
Digo, nuestros magistrados no deberían sentirse mal por vivir como pachás. Ni siquiera inquietarse porque 90% de sus compatriotas jamás podrían soñar con sus sueldos ni sus prestaciones aunque le vendan su alma a Moreno Valle. Mucho menos sacarse de onda porque son unos incomprendidos en un país donde la gente es muy envidiosa con quienes se pueden comprar no una, ni dos, ni tres casas blancas.
Antes al contrario, los jueces tendrían que sentirse orgullosos de los símbolos de estatus que han venido acumulando con singular alegría. Sobre todo porque si en verdad ganan como cualquier Godínez de medio pelo, uno se preguntaría por qué apenas están luchando contra esa fake news de las que se escuchaba desde antes de que las fake news se pusieran de moda. Todo indicaría que el desmentido se tardó treinta años en llegar.
El buen juez contra la austeridad republicana empieza.
Los ministros no deberían sentirse mal por mantener una vida como pachás