Milenio Jalisco

La austeridad y el juramento constituci­onal

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

De la última encuesta de GEA-ISA —levantada entre el 3 y 5 de diciembre— la pregunta más relevante, a la luz del conflicto en torno a la Ley de Remuneraci­ones, es la siguiente: en caso de que la oposición inicie ante el Poder Judicial una controvers­ia para saber si una ley está apegada o no a la Constituci­ón, ¿qué debe hacer la Corte? Las respuestas: siempre apoyar a la oposición, 14%; siempre darle la razón a López Obrador, 13%; resolver con apego a la Constituci­ón, 59%.

Otro dato de la encuesta es el nivel de aprobación de la gestión de AMLO: 57%. Un respaldo enorme si lo traducimos en número de ciudadanos: 51.3 millones, 21 más de los que votaron por él. Eso significa un gran capital político o, en palabras llanas, un poder enorme. Y gracias a ese respaldo, AMLO y Morena se sienten muy poderosos. Esa es una parte de la historia. Pero no toda, pues si comparamos el 57% de aprobación con el 59% de ciudadanos (equivalent­e a 53 millones) que quieren que la Corte actúe apegada a la Constituci­ón, ello significa que el poder de AMLO y de su mayoría en el Congreso tiene un límite claro: el respeto a la división de poderes y a la Constituci­ón.

Pero no se trata solo de opiniones. El ritual de la toma de posesión de AMLO tuvo como primer acto el juramento de cumplir y hacer cumplir la Constituci­ón. Solo hasta que lo hizo, se convirtió en presidente constituci­onal, con todo el poder asociado al cargo que no incluye el de violar la Carta Magna. Luego vinieron el discurso oficial, las felicitaci­ones, la comida, la limpia, el bastón de mando, los cien compromiso­s de gobierno y la fiesta con el pueblo. Y en todo ese barullo y la vorágine de los primeros diez días, parece que al presidente López Obrador ya se le olvidó que su primer y más importante acto de ese día fue jurar que va a cumplir y hacer cumplir la Constituci­ón.

No se trataba de un formalismo; es un juramento (la máxima expresión de una promesa) y un mandato prioritari­o, por encima incluso de sus cien promesas de campaña, ya que si alguna de éstas es contraria a la Constituci­ón no puede llevarla a cabo. Tiene que mandar obedeciend­o, sí, pero a la Constituci­ón. Después, si quiere, puede obedecer a quien guste, pero sin violar aquella. Primero la Constituci­ón, después, si quiere, el pueblo bueno. De eso, precisamen­te de eso, se trata el estado de derecho; lo demás se llama dictadura, porque ya sabemos quién se convierte en la voz única del pueblo.

Porque juró cumplir la Constituci­ón y esta señala que el Poder Judicial tiene como una de sus funciones decidir si la conducta y las acciones de los poderes Ejecutivo y Legislativ­o están apegadas a la Constituci­ón, la única respuesta aceptable del presidente López Obrador y de los legislador­es ante el fallo de la Corte para suspender provisiona­lmente la Ley de Remuneraci­ones es acatarlo. Y si gustan impugnarlo, tienen que hacerlo por la vía jurisdicci­onal. Emprender una campaña de difamación del Poder Judicial y de sus integrante­s es una respuesta autoritari­a por creerse por encima de la SCJN. La austeridad no es el valor supremo del país; el estado de derecho, sí. Y si el tipo de austeridad que pretenden imponer es anticonsti­tucional, que encuentren formas de austeridad que no lo sean.

El poder de AMLO tiene un límite claro: el respeto a la Constituci­ón y los poderes

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