Augusto Chacón
Juzgamos a la política sin involucrarnos
Que mandan decir los criminales, todos los tipos de ellos, organizados o en vías de organizarse, que nada importan las disquisiciones políticas, democráticas o institucionales, y que también les tiene sin cuidado la esperanza de la que nos asimos cada que cambiamos de gobernantes; por los hechos violentos que no cesan, al contrario, tal parece que podemos seguir gastando en elecciones, en agresivos procesos legislativos, en lucubraciones sobre constitucionalidad y división de poderes, ellos seguirán en lo que los distingue: matar, robar, desaparecer personas, extorsionar y lo que se les ocurra hacer al margen de la ley, contra la sociedad. El mensaje ha sido contundente desde el 1° de diciembre, como si por doquier no se pregonara una cuarta transformación, como si no estuviéramos ciertos de la refundación inminente de Jalisco, los crímenes nos traen prendidos precariamente de la esperanza sexenal que, lo sabemos, suele desvanecerse rápido.
Entonces, ¿qué es lo que arreglamos cuando invertimos tal cantidad de tiempo y de dinero en fortalecer la organización del Estado, la democracia? ¿En qué se convierte el alud de ofrecimientos que nos cae encima durante las campañas electorales? Cada seis años la estructura del gobierno muta al imperio de quien se alza con la mayoría de los votos y sus ofertas como candidato, o candidata, pasan al proceso largo y estéril (por los resultados obtenidos) de ser legisladas. Las expectativas de los ciudadanos se marchitan no bien los nuevos gobiernos cierran el periodo del encanto, es decir, poco después de rendir protesta, para dejar que tome el control la vulgaridad de los hechos que es el acto de gobernar: asunto exclusivo de la clase política, sus facciones y asociados de ocasión, para quienes la realidad de la mayoría cuenta poco o, en todo caso, no les parece imposible de maquillar con discursos y con publicidad oficial.
De acuerdo, lo anterior no narra algo nuevo, es descripción costumbrista; sólo que por estas fechas este estatus tradicional se percibe más pesado y su talante ridículo, tan familiar, hoy es más bien ominoso: afanados en que si los sueldos insultantes de los burócratas y de los funcionarios selectos, en que si las entidades, antes supuestamente libres y soberanas, son avasalladas (literalmente) y en otras materias de este tenor, relevantes sin duda, pero frente a las cuales se han de carcajear los delincuentes, parapetados tras la impunidad que les concedemos y dueños de los territorios que abandonamos por estar distraídos en hacernos de algún bando partidista. Deben reírse muy a gusto los malandrines, está claro que no los asusta el amago de militarización, tampoco la extensión de las condenas o la moral que se impondrá escoba en mano, de arriba abajo; saben que es nuestro juego para darnos importancia y no tener que mirar de frente los problemas: contener las violencias, contrarrestar la impunidad y la corrupción, abatir la pobreza e imponer la justicia sin distingos.
Para acentuar más la degradación de lo común, redujimos lo público al afecto que sentimos, o no, por los gobernantes y estos reaccionan al estímulo: exacerban los rasgos que los hacen queribles por su público, ansiosos sólo por incrementar su fortuna y poder individuales. Quizá es tiempo de preguntar, en vez de quedarnos indolentes a atestiguar lo bien o lo mal que le vaya al presidente o al gobernador, en qué puedo intervenir, no para tener políticos exitosos, sino un país en paz, justo y propicio para ejercer la libertad y los derechos que nomás presumimos. Por su parte, quienes rigen ya podrían cancelar su eterno duelo de vencidas con la realidad y mejor convocar a la gente para junto con ellos y ellas piense, decida y haga. Insisto, los criminales y sus secuaces se han de burlar muy a gusto de nosotros: dizque jugamos a la política, pero nunca nos consideramos parte de ella y menos intentamos usarla a nuestro favor.
(Felices fiestas. Recomencemos en enero)
Quizá es tiempo de preguntar en qué puedo intervenir, no para tener políticos exitosos, sino paz