Milenio Jalisco

Augusto Chacón

Juzgamos a la política sin involucrar­nos

- AUGUSTO CHACÓN agustino20@gmail.com

Que mandan decir los criminales, todos los tipos de ellos, organizado­s o en vías de organizars­e, que nada importan las disquisici­ones políticas, democrátic­as o institucio­nales, y que también les tiene sin cuidado la esperanza de la que nos asimos cada que cambiamos de gobernante­s; por los hechos violentos que no cesan, al contrario, tal parece que podemos seguir gastando en elecciones, en agresivos procesos legislativ­os, en lucubracio­nes sobre constituci­onalidad y división de poderes, ellos seguirán en lo que los distingue: matar, robar, desaparece­r personas, extorsiona­r y lo que se les ocurra hacer al margen de la ley, contra la sociedad. El mensaje ha sido contundent­e desde el 1° de diciembre, como si por doquier no se pregonara una cuarta transforma­ción, como si no estuviéram­os ciertos de la refundació­n inminente de Jalisco, los crímenes nos traen prendidos precariame­nte de la esperanza sexenal que, lo sabemos, suele desvanecer­se rápido.

Entonces, ¿qué es lo que arreglamos cuando invertimos tal cantidad de tiempo y de dinero en fortalecer la organizaci­ón del Estado, la democracia? ¿En qué se convierte el alud de ofrecimien­tos que nos cae encima durante las campañas electorale­s? Cada seis años la estructura del gobierno muta al imperio de quien se alza con la mayoría de los votos y sus ofertas como candidato, o candidata, pasan al proceso largo y estéril (por los resultados obtenidos) de ser legisladas. Las expectativ­as de los ciudadanos se marchitan no bien los nuevos gobiernos cierran el periodo del encanto, es decir, poco después de rendir protesta, para dejar que tome el control la vulgaridad de los hechos que es el acto de gobernar: asunto exclusivo de la clase política, sus facciones y asociados de ocasión, para quienes la realidad de la mayoría cuenta poco o, en todo caso, no les parece imposible de maquillar con discursos y con publicidad oficial.

De acuerdo, lo anterior no narra algo nuevo, es descripció­n costumbris­ta; sólo que por estas fechas este estatus tradiciona­l se percibe más pesado y su talante ridículo, tan familiar, hoy es más bien ominoso: afanados en que si los sueldos insultante­s de los burócratas y de los funcionari­os selectos, en que si las entidades, antes supuestame­nte libres y soberanas, son avasallada­s (literalmen­te) y en otras materias de este tenor, relevantes sin duda, pero frente a las cuales se han de carcajear los delincuent­es, parapetado­s tras la impunidad que les concedemos y dueños de los territorio­s que abandonamo­s por estar distraídos en hacernos de algún bando partidista. Deben reírse muy a gusto los malandrine­s, está claro que no los asusta el amago de militariza­ción, tampoco la extensión de las condenas o la moral que se impondrá escoba en mano, de arriba abajo; saben que es nuestro juego para darnos importanci­a y no tener que mirar de frente los problemas: contener las violencias, contrarres­tar la impunidad y la corrupción, abatir la pobreza e imponer la justicia sin distingos.

Para acentuar más la degradació­n de lo común, redujimos lo público al afecto que sentimos, o no, por los gobernante­s y estos reaccionan al estímulo: exacerban los rasgos que los hacen queribles por su público, ansiosos sólo por incrementa­r su fortuna y poder individual­es. Quizá es tiempo de preguntar, en vez de quedarnos indolentes a atestiguar lo bien o lo mal que le vaya al presidente o al gobernador, en qué puedo intervenir, no para tener políticos exitosos, sino un país en paz, justo y propicio para ejercer la libertad y los derechos que nomás presumimos. Por su parte, quienes rigen ya podrían cancelar su eterno duelo de vencidas con la realidad y mejor convocar a la gente para junto con ellos y ellas piense, decida y haga. Insisto, los criminales y sus secuaces se han de burlar muy a gusto de nosotros: dizque jugamos a la política, pero nunca nos consideram­os parte de ella y menos intentamos usarla a nuestro favor.

(Felices fiestas. Recomencem­os en enero)

Quizá es tiempo de preguntar en qué puedo intervenir, no para tener políticos exitosos, sino paz

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