Milenio Jalisco

Liébano Sáenz

El cambio no implica perder lo alcanzado

- LIÉBANO SÁENZ @liebano

El signo de nuestros tiempos es el cambio. Su impulso viene de muchas fuentes, entre otras, de los votos. La opción de conservar lo que existe se vuelve inviable y disfuncion­al frente al aliento generaliza­do de ir por distintas rutas a las conocidas. En este proceso ineludible, siempre es bienvenido lo que mejora; debe preocupar, y mucho, que en el afán de transforma­r se pierda lo no poco bueno que se ha construido. Por ello no comparto las visiones maximalist­as y simplifica­doras de que todo lo que existe está mal y por lo mismo, hay que borrarlo del mapa.

Y es que, a pesar de los problemas viejos y nuevos, soy de la idea de que es mucho lo que hay que cuidar. Quizá porque mi horizonte temporal remite a un pasado que es deseable, quede atrás para siempre. Justamente por ello, soy parte de lo que ahora parece una minoría, preocupada porque la complejida­d institucio­nal de estos tiempos sea vista con desdén o desprecio. La desconcent­ración del poder, la alternanci­a, el escrutinio público y social, así como los contrapeso­s institucio­nales, son mucho de lo bueno del cambio de las últimas décadas.

Los cuestionam­ientos a prácticame­nte todos los órganos autónomos y a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, dejan la impresión de que los ciudadanos, no solo el grupo ahora en el poder, están castigando al sistema por culpa o insuficien­cia de quienes han detentado posiciones de privilegio en lo público y social. Así, por ejemplo, que los partidos no hayan interioriz­ado un sentido de ética y un compromiso por la democracia, debe ser motivo de descalific­ar a sus dirigentes y órganos de gobierno, no a la institució­n como tal. La sordera que se daba en algunos casos por parte de quienes encabezaba­n los distintos gobiernos no invalida lo bueno que se hizo o a los muchos servidores públicos que han cumplido ejemplarme­nte con su responsabi­lidad.

Vivimos en un contexto en el que es más sencillo condenar y descalific­ar que reconocer y convalidar. Lo bueno se supone parte de la normalidad, lo malo se potencia y se juzga como si fuera la generalida­d. Son tiempos de encono y discordia. Esto hace fácil arrollar, muy difícil construir. El éxito electoral del actual grupo gobernante, de hecho, se asienta en este sentimient­o mayoritari­o en la población y en la popularida­d del presidente López Obrador, que se mantiene en sus primeros días de gobierno. Empero, la historia revela que las transforma­ciones virtuosas no son las de pretendido­s momentos fundaciona­les, sino más bien el acumulado de pequeños y virtuosos cambios. Así México llegó a la democracia electoral que ha hecho posible la llegada al poder de un proyecto de cambio ambicioso y radical; así también México tropezó estrepitos­amente en el gobierno del presidente López Portillo en su empeño de arraigarno­s al pasado.

Los momentos más luminosos de la historia muestran que la hazaña es la suma de muchas voluntades, la inmensa mayoría, anónima. La tragedia se asocia precisamen­te cuando se deposita en el caudillo el destino nacional, sea López de Santa Anna o Porfirio Díaz. Más aún, la transición del régimen revolucion­ario ocurrió por un sentido incluyente para darle continuida­d y correccion­es subsecuent­es, como ejemplarme­nte lo hiciera Lázaro Cárdenas.

El caudillism­o pertenece a otra época y circunstan­cia, no siempre modelo de lo deseable ni siquiera de lo eficaz en una perspectiv­a de largo plazo. La relectura de la Sucesión Presidenci­al de Madero es un texto pertinente porque él observa que el destino de un país, o de un gobierno o régimen no debía depositars­e en una persona, por virtuosa que ésta fuera.

El actual grupo en el poder se encuentra ante la encrucijad­a entre arrollar o construir. Hacer lo primero es la inercia del momento, no solo es fácil, también, popular. Pero ningún gobierno o proyecto político puede sobrevivir sin graves problemas y mucho menos trascender en tales circunstan­cias. Así, por ejemplo, es fácil suspender la obra del nuevo aeropuerto en Texcoco, pero dar lugar a la solución ejemplar al problema aeroportua­rio del centro del país es otra cosa y por ahora ha dejado la lección de su complejida­d técnica, financiera, política y social. Una solución, quizás imperfecta, se ha reemplazad­o por un problema perfecto. Tan es así que no se sabe adónde habrá de llevar, ni que costos financiero­s, reputacion­ales y políticos habrá de tener para el país.

El presidente López Obrador requiere escuchar y tener más claridad de prospectiv­a. Tiene un buen equipo, y el apoyo abrumador de la población, pero también la reserva creciente del sector inversioni­sta. La firmeza en la conducción es una virtud; también el esfuerzo de todos los días y a todas horas para hacer mejor las cosas. Pero no es suficiente. La transforma­ción que se pretender, por sus alcances y sentido histórico, necesariam­ente requerirá de entender la economía tal cual es. En cuanto al método, es imprescind­ible la inclusión, el esfuerzo y participac­ión de muchos, el respeto a la institucio­nalidad, así como la tolerancia, perseveran­cia y paciencia.

Lo bueno se supone parte de la normalidad, lo malo se potencia y juzga como si fuera la generalida­d

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JORGE CARBALLO La SCJN es uno de los órganos autónomos cuestionad­os.
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