Sus fantasmas, nuestros fantasmas
El gran Rafael Pérez Gay hizo recientemente en este diario interesantes confesiones sobre los “pensamientos perturbadores” que lo asaltan durante las altas horas de la noche, con la que mantiene una “relación neurótica”.
Pequeños e inofensivos fantasmas lo despiertan de madrugada, pero las “mortificaciones sin importancia a esas horas toman dimensiones colosales”, porque “en la penumbra todo duele el doble, todo preocupa más”.
Me fascinó el tema de los “fantasmas” y lo sometí a CONSULTA PÚBLICA, como está de moda. Anulé tres respuestas porque se referían al Tren Maya, pero fue copiosa la participación.
Un ciudadano me respondió:
Abogo por las horas oscuras en este asunto porque la ausencia de luz poco tiene que ver con la cuestión (salvo que consideremos la fotosensibilidad de la glándula pineal).
El cerebro humano tiene circuitos muy definidos, y uno de los que más recursos consume es el Al desconocer cómo funciona nuestro cerebro padecemos momentos dolorosos, como el caso que tan bien construye en su artículo Pérez Gay: en realidad no ha despertado por completo a esas horas. La vigilia es una ilusión, porque el lóbulo frontal sigue dormido. Hay consciencia a medias. Al tener tan importante circuito apagado, el cerebro es absolutamente incapaz de resolver el más mínimo problema de forma coherente. Al estar los demás circuitos prendidos (incluidos los que manejan las emociones) se vuelve un juego macabro el percibir, sentir, hiperestimularse y no poder resolver la crisis. En el mencionado circuito está la lógica, la mecánica mental superior, el autocontrol y la capacidad de resolución de problemas complejos. Así, el más leve estímulo se puede convertir en algo angustioso, porque no tenemos la herramienta fundamental para procesarlo adecuadamente.
¿La solución? En algunos casos suele ser simple. Radica en recordar que una parte de nuestro cerebro está dormida, y que al despertar por completo en la mañana, lo que ahora nos tortura parecerá una bobería (porque frecuentemente lo es), y que estamos atormentados porque tenemos partes apagadas del cerebro que son necesarias para la ponderación y el raciocinio. Debemos sustituir la idea pesarosa por una amable y esperar a que nuestro cerebro despierte bien. Navegaremos de mejor manera las horas negras sabiendo que al amanecer no habrá fantasma que se vaya, porque jamás lo hubo. Todo fue una ilusión”.
Ojalá que especialistas abunden sobre este tema de salud pública. La realidad es demasiado castigo como para permitir ser acogidos por fantasmas.
Y hablando de sueños, si los científicos lograran despertar el LÓBULO FRONTAL de nuestros más activos y adorados gobernantes, le harían un servicio inconmensurable a la Nación.