Efectos de la gasolina
El desabasto de gasolina que afecta a varios estados del país ha generado una serie de reacciones que van desde el apoyo al combate a la corrupción hasta el enojo, la ansiedad y la histeria. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador decidió enfrentar el robo de combustible de manera radical: cerrando los ductos en los que se daban los saqueos más importantes, con lo que si bien limitó el robo también afectó al abasto de varios estados, entre ellos Jalisco. Y aunque la medida cuenta con el apoyo del 73 por ciento de la gente (según una encuesta de Reforma), también hay un porcentaje de enojados que consideran que no fue la mejor estrategia.
Hay un consenso en que el combate a la corrupción es necesario, pero no todos están de acuerdo con pagar el costo del desabasto de gasolina, por lo que se cuestiona la estrategia. Lo cierto es que la logística implementada para atender la demanda no es suficiente frente a la anterior: el transporte en camiones es más lento y costoso que el realizado por ductos, aunque para los números del gobierno en este momento representan una disminución del robo. Y hay que añadirle el hecho de la sobredemanda: ante el desabasto, la gente trata de cargar más y de guardar para cuando no haya, lo cual agudiza el problema. Este comportamiento es normal en tiempos anormales.
Una cuestión de fondo apunta a ver los resultados en el mediano y el largo plazo, así como la urgencia de saber en qué momento se normalizará la distribución de gasolina y se estabilizarán la demanda y las actividades cotidianas. Estamos en el momento de convulsión, con efectos que se empiezan a sentir y crean terreno fértil para la especulación y la incertidumbre. Algunos sectores económicos ya advirtieron que el desabasto está generando efectos negativos y que de prolongarse habría no sólo pérdidas económicas mayores sino suba de precios. El riesgo mayor es que el afectado termine siendo el consumidor.
Si bien hay una imperiosa necesidad de regularizar el abasto para volver a la normalidad, la normalidad que se espera no es la misma que se tenía antes, no puede ser la normalidad de la corrupción y el saqueo sistemático e impune porque eso nos devuelve al escenario ya conocido en el que se enriquecen los corruptos mientras la mayoría del país vive en la pobreza. La corrupción es uno de los mayores problemas en la economía porque genera pobreza, desigualdad y mucha marginación. No sólo se trata de 3 mil millones de dólares al año por robo de gasolina sino de millones de oportunidades robadas a un país rico.
Si el combate a los huachicoleros tiene éxito y se disminuye el robo de gasolina, no solo se recuperarán importantes recursos sino que se ganará una batalla por la confianza, lo cual redundaría en una mayor credibilidad para las inversiones y los proyectos. Si se prolongan los efectos del desabasto, el daño económico no solo se reflejará en las actividades económicas sino en la credibilidad y en el malestar ciudadano. Y si gana la corrupción, cualquiera sea la estrategia, perdemos todos.
Hay un consenso en que el combate a la corrupción es necesario