Augusto Chacón
Por la política, aunque mal pague
Los políticos olvidaron la teoría de su materia de trabajo. Cómo, dirán, si de políticos el país está sobrado y ahora resulta que se puede ser político, vivir de la política, ganar fama a sus costillas y, no obstante, ignorar la sustancia, lo que justifica a la política. Pues sí, por lo que empíricamente podemos comprobar.
Este olvido es una de las explicaciones que admite el estado de cosas en las relaciones gobernantes-gobernados, gobernantes-gobernantes, gobernanteserario, gobernantes-historia, gobernantes-futuro, gobernantes-economía, gobernantes-medio ambiente, gobernantes-polis. Escribe George Sabine en Historia de la teoría política: “Eso que llamamos organización política y social -las costumbres, prácticas y procedimientos que con grados diversos de firmeza mantienen al hombre unido en grupos interrelacionados- es quizá
la forma más importante de adaptación humana al ambiente, tanto externo como interno.” Y agrega: “Una importante función de la teoría política es no demostrar únicamente lo que es una práctica política, sino también lo que significa. Al demostrar lo que una práctica significa, o lo que debería significar, la teoría política puede modificar lo que en realidad es.” Tal vez no corresponda a los políticos teorizar respecto a su hacer, por ello es inexplicable que con enfado desestimen las opiniones de quienes, en su entorno y fuera de él, observan sus prácticas y los efectos de éstas, ya sean politólogos o comentaristas sistemáticos de la vida política, los ayudarían a modular su entendimiento de la realidad.
Entonces, el acceso de los políticos al poder se vuelve, para comenzar, estéril, y para rematar, peligroso (ya lo padecemos); la sociedad les entrega el monopolio del uso de la fuerza y los instrumentos para hacerla efectiva: armas, sujetos entrenados y pagados y legitimidad jurídica; por mediación de la política, o sea, por la certeza de que quien gobierna sabe que eso ponemos a sus disposición es para el mejor gobierno de la comunidad, les confiamos nuestras vidas, por ejemplo, al darles potestad para revisar la calidad de un puente, la preparación de los pilotos que llevan los aviones y les encomendamos, ni más ni menos, encargarse de la justicia: que quien quiebre los acuerdos legales que como sociedad tenemos, reciba castigo y resarza el daño.
Pero decimos políticos y pensamos en los visibles, en los Congresos, en los gobiernos de los tres órdenes, y
por supuesto este conjunto no está al tanto de las minucias de los ejemplos; el presidente o cualquier gobernador corta el listón para estrenar el puente y está seguro, si es que lo piensa, que no va a derrumbarse. Pero sucede igual con la procuración e impartición de justicia: cortan el listón y la impunidad que rige como norma indica que no piensan en lo que sigue a la inauguración. Esto es justamente el olvido de su materia; los políticos se las ingeniaron para hacernos creer que lo que es de todas y todos se resume a lo suyo, o sea, a lo que hacen y dicen, que está constantemente referido a sí mismos, no a la polis, no a las instituciones políticas; cuando más lejos se desplaza lo suyo es en el momento en que atañe a sus rivales y a lo que ambos bandos tienen en disputa, una mezcla de lo suyo de cada cual: intereses personales y de grupo. El culmen de esto, bueno, uno de ellos, fue el desencuentro entre el presidente López Obrador y el gobernador Alfaro Ramírez. Para suerte de Jalisco, de México, su encuentro, el jueves pasado, lució como aceitar la oxidada política, de la que estamos urgidos porque sin ella la solución de los ingentes problemas que encaramos luce imposible, pero no la política sola, apoyada en los análisis con los que su práctica puede recomponer el paso y no perder de vista su orientación institucional, social. Ojalá los dos personajes se recuperen a sí mismos para el colectivo; talante tienen, les falta incrementar su capacidad para atender lo que en realidad es, más allá de ellos.
Ojalá López Obrador y Alfaro Ramírez se recuperen a sí mismos para el colectivo