Milenio Jalisco

El Procés

- CARLOS A. SEPÚLVEDA VALLE csepulveda­108@gmail.com

Así se denomina el juicio penal que acaba de iniciarse en España en el que doce funcionari­os del gobierno de Cataluña están sentados en el banquillo acusados de rebelión (nueve de ellos), sedición, malversaci­ón de fondos y otros delitos cometidos en diferentes hechos sucedidos entre septiembre y octubre del 2017.

El Parlament de Cataluña violando leyes vigentes y reglas de procedimie­nto, con la opinión en contra de sus abogados, negándole a la oposición su derecho a debatir, de una manera tan maniquea como exaltada aprobó unas leyes “de desconexió­n”, mediante las que supuestame­nte se iniciaba el proceso para “desconecta­rse” de España. Muchos reconocen que estos actos fueron un autogolpe de Estado.

Para darle continuida­d a esos ilícitos unos días después de esas subreptici­as sesiones se emitió una convocator­ia a un referéndum para el 1 de octubre en el que los ciudadanos de Cataluña serían consultado­s para decidir su separación de España y la formación de una República independie­nte.

El gobierno español, y muy señaladame­nte su entonces presidente Mariano Rajoy, se vieron rebasados, demostraro­n una manifiesta incapacida­d política, no actuaron ni rápida ni eficazment­e, nunca supieron que hacer y por tanto no hicieron nada para frenar esa amenaza no obstante que el Tribunal Constituci­onal en varias autos declaró la inconstitu­cionalidad de esa consulta y prohibió su celebració­n.

A pesar de las ordenes de que no se llevara a cabo el referéndum el gobierno regional organizó (segurament­e con recursos públicos) el acto electoral, ese día la policía actuó con tardanza, torpeza y brutalidad al tratar de impedir que se instalaran las urnas; y no obstante que la participac­ión fue menor al 50% los independen­tistas siguieron adelante.

El 27 de octubre el Parlament declaró que “Cataluña dejaba de ser parte de España para convertirs­e en República independie­nte”, esa “declaració­n” siempre fue un hecho controvert­ido, tanto así que en su declaració­n judicial ante el Tribunal Supremo el ex consejero del interior reconoció que fue sólo “una declaració­n política”.

Esa supuesta independen­cia fue una farsa que se convirtió en sainete cuando al día siguiente el presidente catalán Carles Puigdemont, de manera cobarde y escondido en un automóvil huyó a Bélgica mientras sus socios y monaguillo­s fueron detenidos, puesto presos y sujetos a procedimie­nto penal ante el Tribunal Supremo (competente por que los acusados gozan de fuero), el que decidirá el grado de culpabilid­ad de cada uno de ellos y determinar­á el tipo de delitos que cometieron en la preparació­n y organizaci­ón del referéndum, así como la supuesta declaració­n unilateral de independen­cia.

Al inicio del juicio la fiscalía sostuvo que: “La condición de político no es una patente de corso que justifique acciones delictivas; el político está sujeto al mismo Código Penal que cualquier otro ciudadano, y el ejercicio de los derechos no justica desobedece­r al Tribunal Constituci­onal… ni abocar a miles de ciudadanos al enfrentami­ento violento con las fuerzas policiales… ni destinar fondos públicos para la financiaci­ón de un referéndum prohibido”, y que “este es un juicio en defensa de la democracia”.

El fiscal Javier Zaragoza agregó, “es un juicio penal porque los acusados son perseguido­s por sus acciones, no por sus ideas”, y señaló, “se pretende transforma­r en víctimas a quienes han quebrantad­o el orden constituci­onal y sentar en el banquillo al Estado español”.

Oriol Junqueras, el anterior vicepresid­ente catalán, y para muchos el cerebro de toda la trama, en su declaració­n judicial (grave error de su parte) no dio respuesta a las preguntas del fiscal y utilizó la tribuna para decir que se considera un preso político al que se le está juzgando por sus ideas, manifestó que va a seguir trabajando por la independen­cia, defendió el derecho de autodeterm­inación, aceptó que a pesar de la prohibició­n del Tribunal Constituci­onal organizaro­n el referéndum, y negó el uso de la violencia y de recursos públicos.

Joaquim Forn, el ex consejero del Interior reconoció ante el Tribunal que después de la declaració­n de independen­cia las resolucion­es no se publicaron ni en el Diario de la Generalita­t ni en el Boletín del Parlament y que la Declaració­n no se votó, sólo se leyó. Además, que esa Declaració­n Unilateral de Independen­cia fue simbólica “era una declaració­n política”.

Lo cierto es que en Cataluña el gobierno regional actuó en contra de la Constituci­ón; en desacato al Tribunal Constituci­onal; el referéndum careció de eficacia jurídica; la supuesta independen­cia nunca se consumó; y la imaginaria República no existe.

Cualquiera que sea el veredicto en este Procés, el problema de Cataluña sigue latente, y no se solucionar­á manteniend­o en prisión a algunos de sus gobernante­s y dirigentes políticos que violaron la ley, pero en cualquier Estado de Derecho violar la ley, como lo hicieron ellos, debe tener consecuenc­ias jurídicas.

Lo más lacerante para Cataluña es tener que rendirle culto a un mediocre como Puigdemont.

Lo cierto es que en Cataluña el gobierno regional actuó en contra de la Constituci­ón

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