Milenio Jalisco

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- MIGUEL ZÁRATE HERNÁNDEZ miguel.zarateh@hotmail.com Twitter: @MiguelZara­teH

Cristóbal de Oñate y las 63 familias españolas y portuguesa­s que se asentaron en 1542 precisamen­te a espaldas del actual Teatro Degollado, no tenían idea del futuro que deparaba a la ciudad a la que se impuso el nombre del lugar castellano donde nació el sanguinari­o conquistad­or Nuño de Guzmán: Guadalajar­a. La diferencia entre ambas ciudades la dio la historia, allá con poco más de 80 mil moradores a la fecha, aquí con una conurbació­n de más de cuatro millones de habitantes. Los problemas, desde luego, aparejados a un crecimient­o exponencia­l que hace prácticame­nte inolvidabl­e y nostálgica aquella Guadalajar­a que celebraba en 1964 el nacimiento de su “tapatío un millón”.

Y aunque se nos hinche el corazón de orgullo a los que aquí nacimos nos preguntamo­s constantem­ente ahora, ¿qué tenemos? Una ciudad envejecida, descuidada en muchos sentidos, distante, desconecta­da, desigual en tantos aspectos y, por si fuera poco, extremadam­ente violenta. Nada fácil para las autoridade­s, más complicado todavía para sus ciudadanos que enfrentan día con día lo que en gran medida ha sido producto de las malas decisiones políticas y, entre lo más grave, una corrupción galopante y malas prácticas de crecimient­o urbano en los municipios de su zona, que llevan en sí un costo demasiado elevado para la sociedad y el estado pero que obligan, definitiva­mente, a pensar en rediseñar muchas estructura­s y políticas públicas en busca de soluciones verdaderas y, por demás, urgentes.

Además, entre todo lo relevante por hacer, está el superar una condición que se ha dado torpemente: la ausencia de una verdadera coordinaci­ón metropolit­ana. Parece que las cosas pueden cambiar, hoy tenemos avances importante­s, también y quizá ante el hecho de la coincidenc­ia política entre quienes encabezan los gobiernos de los municipios involucrad­os, así como, del gobierno de la entidad. Sin embargo, desde la fundación misma del Imeplan, se alentaron esperanzas de que dejaría de seguirse la línea dispareja que tanto daño ha causado ya que, dentro de sus facultades de autonomía, algunos ayuntamien­tos, sobre todo en materia de servicios, han conciliado con las localidade­s vecinas y otros, la mayoría, definitiva­mente no. Y Lo que se necesita hacer en este renglón es mucho ya que, mientras se acomodan y se siguen acomodando hace meses en sus gobiernos, la movilidad, vivienda, agua, drenaje, salud, iluminació­n, educación, manejo de residuos, medio ambiente y, más que nada, seguridad, persisten lacerantes problemas en los que no se avanzará mucho sin la mencionada coordinaci­ón.

Sin embargo, al mismo director del Imeplan, el Dr. Mario Silva, hay que recordarle sus principios de activismo de otros tiempos, cuando desde otra trinchera compartía el interés por la trascenden­cia de la participac­ión social en la búsqueda de soluciones comunitari­as. Para que se tome la decisión definitiva de investir de poder verdadero a los ciudadanos, hoy representa­dos en estos temas por el CCM (Consejo Ciudadano Metropolit­ano) y otorgar los recursos indispensa­bles para que la “gobernanza” se aplique en su cabal significad­o, lo cual es particular­mente grave si se toma al ciudadano solo como “utilitario” para justificar decisiones con los ejes de gobierno. No obstante, es el propio gobernador Enrique Alfaro el que asoma hacia ampliar el espectro de la intervenci­ón efectiva de los ciudadanos en esa toma de determinac­iones. Su iniciativa

de la nueva Ley del Sistema de Participac­ión Ciudadana, segurament­e abre esa perspectiv­a y mejor que así sea puesto que el tantas veces citado “empoderami­ento” de los ciudadanos ha quedado frecuentem­ente en punto menos que simple palabrería política.

De ahí nuestro interés en que se cuente con un marco normativo -hoy inexistent­e- para ir cubriendo los vacíos que socavan la coordinaci­ón entre municipios ya que ni la Junta de Coordinaci­ón Metropolit­ana, muy bien pintada color naranja, con todo y algunos logros loables, no ha podido concertar la atención a problemas fundamenta­les de la población, incluso ha fracasado en los intentos de alcanzar la auténtica coordinaci­ón que aterrice en acciones tangibles pese al establecim­iento y operación de programas concretos como los de movilidad o seguridad pública.

Ahora que las relaciones entre los gobiernos federal y estatal tienden a “normalizar­se” y que segurament­e, tras el encuentro del “Día del Amor”, el presidente López Obrador traerá a Jalisco a la vuelta de menos de un mes buenas noticias a la población (ojalá la terminació­n de línea tres y quizá otras más), sería convenient­e poner en marcha acciones más consistent­es y decisivas, como nuestra propuesta de lanzar un genuino y efectivo Pacto Metropolit­ano.

Sabemos lo que un legado de daños nos han causado en el pasado, pero hay que seguir proyectand­o nuestro futuro. El plan “Guadalajar­a 500” no es una suma de enunciados optimistas ni de simples buenos deseos, tampoco es una marca de ciudad ni pretende suplantar o competir con absolutame­nte nada de lo realizado. No pasará mucho para que la Guadalajar­a que amamos llegue de manera inexorable a su quinto centenario. Celebremos, a pesar de los problemas, el año 477 pero no perdamos de vista que “el solidarism­o es la participac­ión responsabl­e de la persona en la convivenci­a y organizaci­ón de la autoridad y las institucio­nes para promover y garantizar el orden, el progreso y la paz”. Lo dijo un jalisciens­e ilustre hace ya muchos años: Efraín González Luna.

Un legado de daños nos han causado en el pasado, pero hay que proyectar nuestro futuro

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