Los seis: la democracia de la sobrevivencia
Nuestra alma de provincianos mexicocéntricos a veces nos traiciona. Parecería que el nombre de nuestro país, México, quiere decir, no “el ombligo de la luna”, como da a entender Gutierre Tibón, sino el ombligo del mundo.
Estamos tan empeñados en sostener nuestra soberanía –siempre amenazada- que en nuestro voluntarismo hemos llegado a convencernos de que todo lo que nos afecta se decide en México.
Así, no es extraño que, haya pasado casi inadvertida la entrevista del canciller mexicano Bernardo Sepúlveda con su colega soviético Eduard Schevardnadze en la sede de la ONU en Nueva York, para hablar en tanto que vocero del Grupo de los Seis, es decir en tanto que representante oficioso de la Humanidad entera.
La Organización de las NACIONES Unidas, la ONU, no es de ninguna manera un organismo democrático. Es todo lo que se pudo lograr. Política es el arte de lo posible; y política internacional es el arte de lo posible en el ámbito de la convivencia internacional. Eso lo saben muy bien los excelentes diplomáticos que México siempre ha tenido y sigue teniendo.
En la ONU, a diferencia de las instituciones democráticas, la Asamblea General no es el órgano supremo. De acuerdo con la carta de las Naciones Unidas, la Asamblea “podrá discutir cualesquier asuntos o cuestiones…”, “podrá considerar los principios generales de la cooperación…” iniciar estudios políticos, económicos, culturales, sanitarios, etcétera.
Pero, en resumen, los poderes de la Asamblea, que es el órgano de la ONU donde cada nación tiene un voto, se reducen a la discusión y adopción de recomendaciones que no obligan a los estados miembros. Con todo y eso, la señora Jeane Kirkpatrick, entonces representante de los Estados Unidos ante la ONU, se lamentaba de “la tiranía de las mayorías”. Irrita a los poderosos hasta la deliberación sobre los asuntos que afectan a sus intereses estratégicos.
Las decisiones en la ONU se toman por el Consejo de Seguridad. Son las que tienen que ver con “el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales”. Tiene quince miembros. Pero cinco son miembros permanentes. Son “Los Cinco Grandes”: Estados Unidos de América, La Unión Soviética, el Reino Unido, Francia y China.
Las decisiones del Consejo de Seguridad se deben tomar por el voto afirmativo de nueve de sus miembros, incluido el de los cinco miembros permanentes. Eso significa en la práctica que cualquier decisión sobre la paz y la seguridad internacionales, que afecte los intereses estratégicos de alguna de las grandes potencias, puede ser vetado por ella con la simple abstención; ni siquiera es necesario el voto en contra. No existe, como se ve, la igualdad jurídica de las naciones propugnada por México.
Así, la voz de la comunidad internacional, la voz de las naciones frente a los imperios, se queda en deliberación; se queda en autoridad moral.
Es el caso del llamado Grupo de los Seis de Nueva Delhi. Seis naciones, no potencias, cuyo prestigio y autoridad moral en el ámbito internacional por su apego a las normas y principios de conducta internacional, les permite hablar oficiosamente a nombre de todas las naciones, a nombre de la Humanidad.
Se trata de un país de África: Tanzania, uno de América del Norte: México, otro de América del Sur: Argentina, uno de Asia: la India, uno de la Europa Nordoccidental: Suecia y otro más de la Europa sudoriental: Grecia. Son, además, estados cuya filosofía política los hace buscar equilibradamente la democracia y la justicia social. No son países gobernados por partidos comunistas ni rigen su convivencia interna por el liberalismo económico puro.
Hablan, sin más plataforma que su autoridad moral, a nombre de más de cinco mil millones de seres humanos, cuyo interés primordial -el más elemental de todos- es sobrevivir; es lograr que no ocurra un holocausto nuclear; o, como dirían los rancheros, “que no nos vayamos todos entre las patas de los caballos”. Cinco mil millones que no tienen voto sobre las decisiones nucleares.
Al margen de lo democráticas, o no, que pueden ser las decisiones políticas internas tomadas en el seno de cada una de las dos grandes potencias, no es aceptable, ni ética ni políticamente que las dirigencias de poco más de quinientos millones de seres humanos vayan a decidir sobre la vida o la muerte de más de cinco mil millones, sobre la supervivencia misma de la humanidad, e incluso de la vida en el planeta.
Esa es, pues, la democracia de la sobrevivencia. Queremos decidir sobre la vida. Tenemos el derecho de reclamarlo. A nombre nuestro alzan la voz los Seis a las dos grandes potencias. Esa es la voz de Sepúlveda frente a Schevardnadze o frente a Schultz. Es la voz de las naciones frente a los imperios. Es “la tiranía de las mayorías”. Queremos vivir.
No existe, como se ve, la igualdad jurídica de las naciones propugnada por México