La sociedad civil y las organizaciones
A don Miguel León-Portilla por su vida fecunda
Encomiable es el refuerzo y la creatividad de tantas y tantas formas de convivencia y de organización desde la base, en alegre reunión o en dolida solidaridad, o en reclamo conjunto de los ciudadanos a la autoridad ineficaz o poco cumplida. Que cien, que mil flores broten.
De entre ellas, fijamos hoy la atención en las organizaciones de participación ciudadana, genuinas formas de democracia desde la base, que es la soberana.
La sociedad civil va más allá de la ciudadanía. Incluye a todos los seres humanos, hombres y mujeres, mayores o menores de edad. Las organizaciones de la sociedad civil, entre las cuales por estas tierras se han incluido instancias empresariales, no son la sociedad civil; ni pueden apropiársela en exclusiva; ni asumir su representación. Todo el derecho de hablar por la sociedad, no de arrogarse una representación que muchos no les dieron.
Más aun cuando entre las autonombradas se incluyen instancias empresariales, lucrativas por esencia, hablando a nombre de toda la sociedad civil. Incluso utilizando el nombre común de corporativo. Los corporativos, por definición, responden sólo al interés de los miembros de la corporación.
El corporativismo, como forma de organización, tuvo su auge en la Edad Media europea. Quiso revivir con el fascismo. No se compagina con la democracia universal. Que es universal o no es democracia.
En la comunicación siempre es conveniente, y hasta necesario, definir los términos; y en el uso del idioma español es útil el Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Como saben los estudiosos, no puede ser nuestra referencia una democracia jeffersoniana, que incluía la esclavitud de seres humanos; y aun cuando se suprimió la esclavitud en un proceso sangriento, siguió durante un prolongado periodo negando la ciudadanía a los ex –esclavos; y se tardó en reconocérsela a las mujeres.
También es sabido que el término “gobernanza”, de moda, es un vocablo reciente en el idioma castellano. Tal como la define el Diccionario de la Real Academia: “Arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía”. No menciona la soberanía popular.
Como se podrá observar por la definición, la gobernanza es una noción frontalmente opuesta a la rectoría económica del Estado, establecida en el Pacto Nacional centenario, tal como lo dicta el (tan vapuleado por 36 años) artículo 27. Una vez más: “la Nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público”.
Fue esa rectoría del Estado la que enmarcó el sorprendente impulso de crecimiento que experimentó México, en todos los órdenes, de 1940 a 1982. Pero quedó inconcluso.
Es importante mencionar aquí, digno de encomio, el esfuerzo sistemático de la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil para recordar una y otra vez a quienes se hallan investidos por la autoridad, sea municipal, estatal o federal, que son mandatarios, o sea mandaderos, del pueblo soberano.
Recordar y echar en cara, a jóvenes advenedizos y engreídos, recién llegados a algún puesto de gobierno (que ni siquiera han leído el artículo 123) que no son virreyes para reclamar a la plebe, a los súbditos, que “nacieron para callar y obedecer”. Que le bajen a su arrogancia.
Que esto es una república; o debería serlo; y tendrá que serlo si quieren durar. Que en una república verdadera el pueblo manda y el pueblo quita, como lo dejó claro José María Morelos desde 1814 en los Sentimientos de la Nación. Que su mandato popular es acotado, no sólo en tiempo, sino también en funciones y en atribuciones.
Que hay una ética en el servicio público, que los obliga: empezando por el cumplimiento estricto de la ley y el manejo escrupuloso del dinero de todos. Que protestaron guardar y hacer guardar. Nada menos. Quizá más. Si quieren conservar el respaldo ciudadano: de los mandantes que les concedieron el mandato, por elección o por designación de los electos.
También aquí hay una historia no tan grata que recordar; y que tener presente. A principios del siglo XX la República de México tenía severas limitaciones. Menos de 30 mil ciudadanos (propietarios, machos y que sabían leer y escribir) en una nación de 15 millones de habitantes.
No podía haber república sobre un régimen agrario virreinal con latifundios en manos de mil familias y con peones acasillados sin derechos. Por eso reventó la Nación: para fundamentar la República.
No es asunto de erudición. Es saber de dónde viene la sociedad civil. En 1914 se logró la ciudadanía universal: de los machos. Las mujeres tuvieron que esperar otro medio siglo. Queda mucho por hacer. Hay que empezar por los derechos vitales: con los de bajo cero, que son millones.
En la comunicación siempre es conveniente, y hasta necesario, definir los términos