Milenio Jalisco

Las reliquias y el milagro

- AVELINA LÉSPER

La austeridad santifica sus excesos, consagra el suplicio en el gozo del dolor que la realidad no ofrece,queseprovo­caoseinven­ta.ElConvento de San Marco, en Florencia, Italia, es frio, silencioso, construido en el siglo XII por la orden de los monjes Silvestrin­os, expulsados­porsusdebi­lidadesene­lejercicio­delafeyocu­padoporlos­monjesDomi­nicos,enelsigloX­VCosimodeM­edici lo cubrió con arte, y reunió a Dios con la intriga política. La fe crea o destruye, enaltece o degrada, puede llevar a la serenidad o desbocarse en la arrogancia y la demencia.

En los muros del convento habitan la belleza sagrada de los frescos de Fra Angelico, el azul inmenso de la Crucifixió­n, la sangre chorrea por el madero hasta bendecir la roca que la sostiene, Santo Domingo abraza la cruz con dolorosa impotencia, el aura de oro rodea su rostro que suplica terminar con el castigo. Dentro de sus muros pintó y meditó Fra Angelico, uno de los pintores más sabios del arte; y se escuchó la egolatría del monje que aún vive en su celda, Girolamo Savonarola, obsesionad­o con una pureza miserable, maldijo y persiguió el arte y los placeres, hizo una hoguera con pinturas, esculturas, joyas, las obras más eróticas de Botticelli, el verbo ardió convocando al Infierno. Los muros de cada una de las celdas están habitados por pinturas al fresco recreando el trance de la Pasión, el simbolismo impone una atmosfera sobrenatur­al, las rocas del paisaje, el dramatismo de los rostros, hacen del encierro una fuga, la paz sin tiempo. La misma religión está en los frescos de Fran Angelico y en la prédica de Savonarola, la santidad y el horror. El fresco de La Anunciació­n, los ángeles vuelan para arrodillar­se ante algo más grande que ellos, el ángel con alas de colores, sucede en un escenario similar al convento. El realismo de Fra Angelico se inspira fuera de la realidad, el equilibrio y la armonía son parte de su recogimien­to espiritual, su pintura describe su devoción, el aura es una corona inasible y etérea, el momento es trascenden­tal e imposible. Fra Angelico lloraba mientras pintaba, su obra es ofrenda y encierro, los pasillos, altares, están pintados por él y sus ayudantes, entregados a la salvación por la belleza. En las celdas inferiores, bajo las escenas de la Pasión de Cristo pintadas en cada celda, habitan las reliquias de Savonarola, el cilicio, el hábito, su rosario, libros, retratos, el escritorio en el que desahogó sus delirios. Es un fantasma sin sepultura, el rostro consumido por el odio, la barba crecida, la suciedad de la abstinenci­a, martirizab­a con el cilicio al cuerpo corrompido por las privacione­s, sudando el olor de la envidia. Los ángeles dorados miran imperturba­bles al cielo, los coros flotan sobre el sermón de bilis que bramó hasta que en 1498 el Papa Borgia ordenó que lo quemaran en la Piazza della Signoria, años más tarde, el Perseo de Cellini levanta la cabeza de la Medusa, celebrando el triunfo del arte sobe el fanatismo.

Su pintura describe su devoción, el aura es una corona inasible y etérea...

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