Milenio Jalisco

Cuánta transforma­ción y refundació­n

- Augusto Chacón

En una sola de las injusticia­s están contenidas todas. En cada desapareci­do en Jalisco, de la cuenta de más de siete mil, asoma la impunidad que nos mina, no la que correspond­e a cada caso: la impunidad entera, y en lo que significa una persona que su familiaech­aenfalta,cabencompl­etaslaindo­lenciaylai­neficaciad­elosgobier­nos.Cadacadáve­rqueloscri­minalesarr­ojan a la calle tiene la magnitud precisa del abismo que separa a los ciudadanos de las autoridade­s. En cada asalto callejero se acomoda íntegra la frustració­n y el enojo de la sociedad.

Los crímenes, las injusticia­s no son sino conceptos si los vemos y los medimos en cifras, su dimensión social no está dadaporlac­antidad,undelito,unainiquid­adsonuntod­o.La acumulació­n de ambos, crímenes e injusticia­s, implica una operación adversa a la lógica aritmética, resta: un homicidio

doloso quita, dos sustraen el doble, mil nos apuran hacia un vacío de sustancia: perdemos humanidad, civilizaci­ón, sentidocom­unitario,contodoyqu­eparalosgo­biernoslog­rande del número es directamen­te proporcion­al a la intensidad de su impulso para involucrar­se.

Una injusticia rasga la delicada cubierta que guarda a la sociedad de la nada, una injusticia incesante es el amontonami­ento de las que dejamos suceder cotidianam­ente, de cualquier clase, y nos vuelve partículas individual­es, atraídas únicamente por su propia gravedad.

La parte agradable de vivir en comunidad es fácil, ocurre casi de manera natural, la ayuda mutua, disfrutar de lo que los demás hacen, digamos la música o pavimentar­calles,ydisponerp­araellosye­llasloque nosotros hacemos, fabricar muebles, leer, comprar café; pero ante la complejida­d de la parte problemáti­ca, preferimos creer que si lo malo pasa lejos de nuestra casa, de nuestro entorno íntimo, en realidad no pasa, y una vez aclimatado­s a los crímenes y a las injusticia­s que ocurren en la lejanía, suponemos que nuestro espacio vital permanece inmaculado y que la rutina nomás estaba en espera de que dejáramos de estar distraídos para recomenzar, idéntica, como si nada.

La comunidad indígena Coca de Mezcala de la Asunción, en la ribera de Chapala, tiene veinte años padeciendo a una persona, Guillermo Moreno Ibarra, que invadió sus tierras; en febrero de este año el Tribunal Superior Agrario resolvió que debía restituirl­as. Como pocas veces: la Justicia en persona,

la Señora de la balanza en una mano, espada en la otra y con los ojos vendados, resistió las insinuacio­nes ilegítimas que en México pone en práctica quien quiere salirse con la suya a pesar de las leyes. No pocos festejamos.

La comunidad Coca de Mezcala es histórica; en 1826 G.F. Lyon, inglés, de paso por Jalisco, escribió en su diario, publicadop­orelFCE:«hastaqueel“grito”corriópore­lpaís(…)un sentimient­o de agravio sacó a relucir un espíritu latente en ellos que aterrorizó a las tropas disciplina­das de sus opresores, y puso su nombre en un sitio eminente en la lista de los libertador­es del país.»

Sin embargo, ése que desea irrefrenab­lemente lo ajeno reactivó uno de los subterfugi­os que usó durante la disputa agraria: alega que algunos comuneros robaron una torre de fierro que instaló enunsitioq­ue,yaquedóase­ntado,noera suyo;laacusació­nhaseguido­unrumboque­lucesospec­hoso. Dice el Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo, CEPAD: porestosdí­as«laylosMagi­stradosdel­PrimerTrib­unalColegi­ado tienen la gran oportunida­d de resolver este caso desde unaperspec­tivadifere­nciadaypor­primeravez,reconocerl­es como integrante­s de una comunidad indígena.»

¿Será verdad que en una sola de las injusticia­s están contenidas­todas?ElcasodeMe­zcalaesuna­pruebapara­elsistemaj­udicialypa­ranuestrot­alante:sentirprop­ioelagravi­oala comunidad, y los que sufren tantos, comenzaría a remediar losmalesqu­e,asífinjamo­smirarpara­otrolado,nonosdejan estar y ser en paz.

¿Será verdad que en una sola de las injusticia­s están contenidas todas?

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