Modelo de gobierno
No es fácil entender cuál es el modelo de gobierno de López Obrador. Por el discurso sabemos que no es uno liberal. El presidente decretó que dicha etapa había concluido. Lo hizo tal y como antes había decretado el fin de la guerra contra el narcotráfico, el fin del huachicol y el fin de la corrupción: de dientes para afuera.
En el discurso, el eje articulador del gobierno es el combate de la corrupción. Noción a la que asocia el estancamiento nacional y que le sirve para pintar de cuerpo completo a su adversario favorito, el liberalismo. Sin corrupción, crecerá la economía. Sin corrupción, acabará la violencia. Sin corrupción rescatará a Pemex y recuperaremos la soberanía nacional.
Pero como se ha dicho, se habla de corrupción sin corruptos. En esos términos la corrupción es una cosa en sí, una presencia malvada pero inasible. Una mecha infinita que no termina de llegar a la pólvora, pero que a su paso, saca chispas y atrae las miradas.
La realidad es que el tiempo de los discursos se le está agotando al presidente. Necesita comenzar a construir realidades y para hacerlo, debe darle un giro a su gestión. Hasta el momento, el esbozo más serio de una definición de modelo de gobierno, provino de Olga Sánchez Cordero, quien durante la presentación de la estrategia para las mujeres dijo que el proyecto que encabeza el presidente, es el de la construcción de un Estado Social. Pero hasta ahí llegó.
Debemos suponer que un Estado Social no es un estado liberal. Debemos suponer que los programas de apoyo donde se invertirán 370 mil millones de pesos, corresponden a la idea de un Estado Social, pero de ahí en más, no existe un asidero para confirmarlo.
Lo cierto es que los mensajes y las acciones del presidente carecen de coherencia. Su crítica al “neoliberalismo” la desmiente él mismo. El mensaje a los banqueros durante su convención en Acapulco, fue una cátedra de cómo el mercado se regula a sí mismo.
En otras ocasiones su discurso es nacionalista y aislacionista, como cuando se refiere a la autosuficiencia energética o al control de precios. Otras veces su discurso es abiertamente conservador; evade banderas históricas de la izquierda, como los derechos reproductivos de las mujeres y adopta la agenda de grupos evangélicos al grado de abrirles la posibilidad de contar con medios.
Detrás de la incoherencia hay pragmatismo. Ahí radica su modelo de gobierno y a partir de ello despliega su única meta: llegar a las elecciones intermedias con la clientela aceitada y decirle a cada audiencia lo que quiere oír.
En esos términos la corrupción es una cosa en sí, una presencia malvada pero inasible