Nietzche: Arte, música y filosofía
E l filósofo Friedrich Nietzche (Röcken, 15 de octubre de 1844-Weimar, 25 de agosto de 1900), en su ópera prima, El nacimiento de la tragedia, cuyo título en alemán es Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik, nos ofrenda luminosos conceptos en torno al arte y la música.
Heredero de la filosofía de Schopenhauer –de quien fuera discípulo-, Nietzche retoma las ideas expresadas por el maestro en El mundo como voluntad y representación, profundizando en algunas nociones.
En torno al arte, Schopenhauer establece que la estética, es un estado “puramente contemplativo, exento de voluntad”, mientras que para Nietzche, en la música coexisten la voluntad y el estado contemplativo: “Aparece como voluntad (…) (pues el músico) necesita todos los movimientos de la pasión, desde los susurros del cariño hasta los truenos de la demencia; (…) concibe la naturaleza entera (…) lo eternamente volente, deseante, anhelante”, más luego “él mismo reposa en el mar sosegado y tranquilo de la contemplación apolínea” (NIETZCHE, EMU, 2018, p. 47).
A los griegos, quienes consideraban a la música un arte exclusivo del Dios Apolo –arte de la poesía y la lira-, la irrefutable irrupción de lo dionisíaco (a través del ditirambo, composición poética en honor de Dionisos), les provoca terror. Nietzche lo describe con maestría:
“Y ahora imaginémonos como en ese mundo construido sobre la apariencia y la moderación y artificialmente refrenado irrumpió el extático sonido de la fiesta dionisiaca, con melodías mágicas cada vez más seductoras, cómo en esas melodías la desmesura entera de la naturaleza se daba a conocer en placer, dolor y conocimiento, hasta llegar al grito estridente” (ibid, p. 37).
Continúa: “Imaginémonos qué podía significar, con este demónico canto popular, el salmodiante Apolo, con el sonido espectral del arpa! Las musas de las artes de la “apariencia”, palidecieron ante un arte que en su embriaguez decía la verdad” (id.)
Hay que agradecer la mesura con que Nietzche aborda el tema de la música. Si Schopenhauer se desborda en sentimientos románticos, al referirse, por ejemplo, a la melodía, como alegre, ágil, saltarina, en contraposición a la “pesante” verticalidad de la armonía, Nietzche corrige, diciendo que la melodía y la armonía no pueden correr de manera separada, pues están unidas por la esencia de la música.
Más sonoridades en quince.
Hay que agradecer la mesura con que Nietzche aborda el tema de la música