¿Así se arregla lo de la corrupción?
La batalla contra la corrupción la equiparo a los apocalípticos castigos del implacable Dios del Antiguo Testamento; digo, ya vieron cómo estuvo lo de Sodoma y Gomorra; no quedó piedra sobre piedra y hasta a la mujer de Lot la convirtió en estatua de sal
La gran prioridad del régimen que tenemos en estos momentos es el combate a la corrupción —a juzgar por el discurso político que nos es recetado machaconamente todos los días— y de ahí, de la gran tarea purificadora que están emprendiendo nuestros honestos gobernantes, se derivarían todas las bondad es que pronto habrán de cosecharlos pobres de este país. En algún momento, cuando no administraban todavía la cosa pública, divulgaron su estimación de lo que la podredumbre nos costaba a todos y salió por ahí una sumaabsolutamente colosal, no sé, de miles y miles de millones de pesos. Ya llegados a sus austeras oficinas y debidamente apoltronadosen sus raídos sillones ejecutivos, se dieron cuenta de que el tema no era tan sencillo y de que ese dinero no comenzaba a aparecer así nada más en las cuentas de doña Hacienda. No sólo eso: se dieron de bruces con la muy desagradable realidad de que las finanzas del Estado mexicano como que no son demasiado boyantes, por así decirlo, y de que la plata no iba en manera alguna a alcanzar para instaurar el reino de prodigalidades que nos habían prometido en su campaña electoral.
Obligados entonces a realizar el inevitable corte de caja, acometieron, pues sí, la faena de recortar ellos a su vez los presupuestos de la Administración. Lo hicieron un poco a lo bestia, hay que decirlo, pero nos doraron la píldora a los
usuarios de los servicios públicos con la cantaleta de que estaban “luchando contra la corrupción”, sí señor. Corrupción por aquí y corrupción por allá, o sea: guarderías corruptas, seguridad social corrupta, entes gubernamentales corruptos, proyecto de aeropuerto de clase mundial corrupto (y para “fifís, encima, pero ése es otro asunto), organismos autónomos corruptos, etcétera, etcétera. Diagnosticada así la realidad nacional, se dedicaron de inmediato a destruir la práctica totalidad de lo público excepto aquello que llevara el sello renovador de la mentada “cuarta transformación”. Redujeron de tal manera los fondos tradicionalmente asignados a la ciencia y a la cultura; echaron sin misericordia alguna a miles de empleados del Gobierno a la calle; dejaron sin medicamentos a los pacientes del IMSS; despidieron a los médicos residentes de los hospitales públicos (no es realmente grave esto, oigan: los insidiosos enemigos del régimen están propalando ahora la especie de que vendrán médicos comprobadamente cubanos de la Cuba castrista y si resulta cierto el oscuro rumor entonces no tendremos ya problema alguno en estos pagos); quitaron los apoyos a los refugios para las mujeres amenazadas por los machos violentos; y, bueno, en los pasados días hasta le cancelaron el servicio de Internet a la mismísima Universidad Nacional (es también explicable la cuestión, amables lectores: muy seguramente, el contrato anterior fue negociado de muy oscura manera y lo que procede ahora es otorgarlo mediante adjudicación directa a proveedores de todas las confianzas).
Esta batalla en contra de la corrupción la equiparo yo, con perdón, a los apocalípticos castigos del implacable Dios del Antiguo Testamento, señoras y señores. Digo, ya vieron ustedes como estuvo lo de Sodoma y Gomorra. No quedó piedra sobre piedra y hasta a la mujer de Lot la convirtió el Altísimo en estatua de sal por ponerse ella a curiosear de cómo iba el cataclismo. Aquí no acabaremos tan mal, desde luego, sobre todo que el orden anterior está siendo ya reemplazado por las nuevas estructuras de control que va a imponer el régimen de Morena. Todo será reinventado, o sea, y al final viviremos en un sistema radicalmente diferente. No habrá el menor rastro del nefario neoliberalismo de Zedillo, Fox, Calderón, Peña y los de su calaña.
Ahora bien, cabe hacernos algunas preguntassobre la propia naturaleza de la corrupción, ya quede es ovala realidad real en estos momentos. ¿Por qué somos tan corruptos, para empezar? Hay un problema de moralidad, naturalmente. Millones de individuos deshonestos no han incorporado a su persona ciertos elementales valores y este hecho es muy desalentador y muy deprimente en sí mismo en tanto que síntoma, además, de la escalofriante descomposición social de este país, consecuencia también del estrepitoso fracaso educativo de la nación mexicana. Pero la corrupción resulta igualmente de la impunidad, es decir, de la incapacidad del aparato judicial de vigilar que haya buenas prácticas y de sancionar a los infractores cuando violen las normas.
Los niveles de largueza legal son absolutamente descomunales en México y nos regimos, ahora más que nunca, bajo el signo de una perniciosa permisividad siendo, paradójicamente, que el Gobierno pretende limpiar la casa. Si realmente quisiéramos transformarnos entonces lo primero que tendríamos que arreglar es el desastroso sistema de justicia que tenemos. Por ahí pasa absolutamente todo: la justicia es el principio y fin de las cosas en las sociedades civilizadas y no podremos nunca aspirar a erradicar la corrupción si no recomponemos tan colosal aberración nacional. Una última pregunta: ¿ya lo estamos haciendo?
“Lo primero que debemos arreglar es el desastroso sistema de justicia que tenemos”