“No grito ‘¡este barco se hunde!’, pero no me gusta el rumbo que lleva”
He hecho un único viaje en un crucero de lujo. No que haya tenido nunca los medios para pagármelo: fue una asignación periodística de una revista de viajes. Disfruté la experiencia pero dudo repetirla. Porque dudo que algún día mi presupuesto me lo permita y porque, de ser así, difícilmente invertiría en ello.
Si hilo la metáfora, diré que la mayor parte de mis 44 años he viajado
no en primera, tampoco en el entrepuente, sino en una de las cubiertas que separan ambas clases, probablemente en segunda. No tengo (ni tendré) un avión, un yate, un palacete, una casa de fin de semana. Vivo en una casa —de buen tamaño, en un barrio de clase media alta— que hoy pertenece a una institución bancaria y que en cinco años será mía. Poseo un par de buenos relojes —ninguno de los cuales es un Vacheron Constantin ni un Panerai y ni siquiera un Rolex— y disfruto usarlos. En mi única cuenta de banco hay unos 30 mil pesos. Durante el breve tiempo en que fui funcionario público fui probo, igual que antes y después, como prestador de servicios del sector privado como del público. Tengo un esmoquin, el mismo desde hace 20 años, que uso para bodas.
Tuve desde la infancia no pocos privilegios. (Crecí en una casa llena de libros. Estudié en buenas escuelas. Gozo de cierto prestigio profesional.) No temo por ellos: no los he perdido, ni es contemplable que los pierda.
No grito “¡Este barco se hunde!”. Pero no me gusta el rumbo que lleva —una política social que linda con el clientelismo, una política económica que coquetea con la irresponsabilidad, una demonización de la sociedad civil, un desprecio no solo por el conocimiento y la técnica sino por el derecho, un viraje sobreemotivo y propagandístico del discurso político— y temo que, de seguir así, termine por zozobrar. Eso sí que me da miedo: no particularmente por mí —recuérdense mis privilegios de origen— sino por el conjunto de la sociedad en que vivo.
Por cierto: nunca he leído a Milton Friedman.
No soy una excepción. Somos muchos los que navegamos en segunda o en tercera, entre primera y el entrepuente.
La alarma no ha sonado. Pero, desde nuestros portillos, el mar se aprecia turbio.
Desde nuestros portillos, el mar en que va la 4T se aprecia turbio