Milenio Jalisco

Amar es traicionar

- AVELINA LÉSPER www.avelinales­pser.com

La pasión nos hace débiles, la entrega nos somete, esclavizad­os pertenecem­os a lo que deseamos. La luz de un ángel reveló el destino del no nacido, le dijo a su madre “tu hijo será un nazareno, dedicará su fuerza a Dios, nunca deberá embriagars­e ni acercar la navaja a su cabello, en el que guardará su poder”. Deuda eterna, el cabello crece aun después de la muerte, Sansón virgen y tenaz, persi

guió a su destino, y de la advertenci­a hizo un castigo, cedió a probar lo que no debía: la embriaguez del amor.

Dalila hermosa, sabía libertina, recibe al fugitivo, en su casa y en su lecho ella decide el precio, usa su cuerpo contra el cuerpo de Sansón, la seducción inicia como la seducción es: con mentiras. Él, que podía vencer treinta hombres al mismo tiempo no puede con la piel blanca, los muslos húmedos, el perfume y los senos tibios de Dalila. Ella pregunta, él miente, ella insiste, él vuelve a mentir, hasta que ella le entrega, eso que el cielo no posee, eso que aniquilarí­a la virginidad de un héroe, entonces la sangre de sus sienes revienta, la Palabra prometida enmudece, la anunciació­n se oscurece y Sansón enajenado de gozo, habla: Es mi cabello, esta larga cauda que me pesa, esta capa que me envuelve, esta masa enredada que me obliga a matar, masa iracunda, insoportab­le. En la pintura de Rubens, en la National Gallery de Londres, presenciam­os la consumació­n de la seducción, el cuerpo de Sansón desvanecid­o de placer, yace dormido sobre Dalila. La luz de la Luna ilumina la escena, el seno excitado de Dalila está cerca de los labios de Sansón que tiene la frente mojada de sudor, él, invencible, perdió la única batalla que nadie gana. Rubens hace de la tragedia una violación, los verdugos cortan el pelo de Sansón inconscien­te de su propio sacrificio, unos soldados espían por una puerta entre abierta, y Dalila, agotada, pone su mano en la espalda del héroe y lo mira, con la piedad del que ha sobrevivid­o a otras traiciones, casi puede decirle “sanarás como yo he sanado”.

Podemos ver el instante previo, el voyerismo de los verdugos, que tras la puerta escucharon la unión de esos cuerpos, sintieron con ellos cómo la musculatur­a de Sansón se hundía en la carne dulce de Dalila, esperaron a que él gimiera y gritara, a que ella jugara, y cuando llegó el silencio entraron armados con unas tijeras, la navaja que un ángel advirtió que nunca, nunca debería tocarlo.

Rubens se compadece de los amantes, en un nicho hay una escultura de Cupido abrazando a Venus, pidiendo su protección. Dalila y Sansón han sido ultrajados, señalados, él por Dios y ella por los hombres, obligados a cumplir un destino, tuvieron que amarse para enseñarnos, que el amor lleva consigo su propia traición.

Tuvieron que amarse para enseñarnos, que el amor lleva consigo su propia traición

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