Vivir con el horror
No podemos seguir cohabitando con el horror. Aspiramos a ser una nación civilizada y no el siniestro escenario de espeluznantes atrocidades. ¿Acaso ésta —la realidad de unos niños carbonizados y de sus madres muertas— es ya una suerte de normalidad mexicana, junto a los cadáveres decapitados, los cuerpos que cuelgan de los puentes y los envoltorios con pedazos de carne humana esparcidos en las aceras? ¿En qué maldito país vivimos entonces y qué futuro podemos esperar? ¿Por qué no nos escandalizamos más? ¿Por qué no salimos a las calles, movidos antes que nada por el espanto, a exhibir nuestro repudio y a exigir que esto se acabe ya de una buena vez?
No debiera haber espacio para nada más mientras acontecen tan terroríficos sucesos porque quien quiera refugiarse en su pequeña burbuja o mirar hacia otro lado comulga con la sangre y el tormento en vez de atender las voces de su conciencia. Justamente, eso es lo que no tienen los canallas que perpetran la infamia de ametrallar a un niño que huye: carecen de la más ínfima percepción del dolor ajeno. No sienten. No comparten ningún rasgo humano con sus semejantes. No confraternizan con nadie salvo, tal vez, con los otros bárbaros que participan en las ejecuciones o con los más sádicos de los torturadores.
Una primerísima pregunta: ¿de dónde salió esa gente? ¿Cómo llegó a estar aquí, entre nosotros, pisando el mismo suelo y respirando el mismo aire? Y, de ahí, otra obligada interrogante: ¿qué hacemos con ellos? ¿Cómo los neutralizamos? ¿De qué manera logramos que dejen de cercenar los cuellos de sus víctimas o de despellejarlas?
El problema es urgentísimo y debería de merecer todos los esfuerzos del aparato público. Por lo pronto, más y mejores agentes policiacos, más y mejores fiscales, más y mejores jueces, más y mejores cárceles, más y mejores investigadores, más y mejores armamentos. Porque mientras no se arregle la maquinaria de la justicia en este país, no tendremos seguridad ni paz ni certezas. Así de simple la ecuación. Y así de evidentes las prioridades.
Hoy mismo, más personas serán asesinadas. Aparecerán, aquí y allá, esos 100 cadáveres diarios que alimentan la negra estadística de la muerte en México. Esperemos que no haya niños quemados, por Dios…
Mientras no sirva la maquinaria de justicia, no habrá seguridad